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viernes, 11 de febrero de 2011

UNA TARDE MUY LARGA

UNA TARDE MUY LARGA

(1998-2002-2005)


A Salvador Ovalle

(Por el final de este cuento, que no existe...)


Es larga esta ruta, interminable línea que el hombre no deja desde el inicio. En dónde encontraré, el hogar de mi hogar solitario, donde ya no sea preciso buscar asilo de nuevo, para que esa extrañeza de estar en otro lugar que no es el mío me ahogue de nuevo irremediablemente hasta que por dentro reviente este dolor, rodeado por esos muros parapetados y carentes de toda posibilidad de resguardar un poco de emoción.

Ya sé que el cielo es un lugar pleno y sin límite... ¿sin límite? No, el cielo tiene un límite, si, tiene el límite que indican mis ojos, más allá de donde no alcanzan a mirar mis ojos no hay cielo. ¿no es así? Por el estrecho rumbo donde caminaba con los restos de zapatos que aún tenía, buscaba el horizonte de aquellos históricos cimientos sociales (la ciudad). Desde mi cuello caía la tela gruesa de una sotana negra y larga. Debajo sólo llevaba puesto el calzoncillo por el calor que provocaba caminar con este tipo de ropa debajo de ese sol casi alucinante. Abandoné todo en el último lugar donde viví por casi diez años, mejor dicho lo perdí todo, la situación no estaba muy bien y se multiplicaron los saqueos, la necesidad de miles de personas era grande y yo lo perdí todo cuando saquearon mi casa, bueno, la casa que alquilaba. Y ahora quiero preguntarme a mí mismo por qué están sucediendo estas cosas, pero no me reconozco por dentro, ¿qué será? No veo dentro de mí esa respuesta que necesito ahora, y que podría terminarme de aclarar por qué en un lapsus abandoné lo poco que podía quedar en esa ciudad y comencé a buscar otro lugar para mí. El camino se desvanecía en el vapor de la distancia y mis huellas se derretían inmediatamente detrás de mi. Tenía casi dos días de caminar por el antiguo camino, amplia carretera, cola de lagarto aparentando estar dormido para permanecer en acecho.

Iba destrozando las flores que encontraba a mi paso como una venganza con la cual buscaba equilibrar todo lo que me había sucedido. He llegado a toparme con una cantidad innumerable de personas que se dirigen en dirección contraria a la mía, van en búsqueda de comida, así me lo han dicho, aunque no sea cierto en todos los casos. Hace más de una hora que ví a la última persona por este camino, cuando el sol casi ha renunciado a su batalla. Y lentamente mis pies van rindiéndose y ya no quieren moverse, los siento sólidos, como dos cubos de acero después de todo el camino.

Pero mientras el peso de todo el día se encimaba en mis hombros, la luz múltiple de una ciudad se vé al final del horizonte, pero esa luz es contraída, distinta. Pero mi cuerpo no soportaba caminar más [...] al dar ese paso mis piernas se doblaron frágilmente y caí de bruces, alcancé a poner las manos, para no estrellar la cara contra el suelo. Intenté sentarme en la mejor posición que me permitía el cansancio, pero ninguna me aliviaba de dolor de las extremidades. Mis venas golpeaban desde adentro como queriendo salirse. Mis pies estaban llenos de tierra, deformes por la caminata. Comencé a frotarlos para que se alejara un poco de dolor, pero en cada dedo llegaron las punzadas finales de estar completamente exhausto.

A pesar de la enorme sensación de dolor intenté ponerme de pie, inquieto por la vista de las luces de aquella ciudad que me parecía tan cerca, intenté correr, pensando que así llegaría mucho más rápido, antes de que la noche se postrara completamente como una mujer en su primer entrega. Pero sólo avancé un par de metros y volví a caer, me dí cuenta que no era posible moverme más, por lo menos en este momento, y me acomodé lo mejor que pude, sentándome en la grama de la orilla del camino. El valle se formaba en la oscuridad como un océano de arcilla oscuro. Casi como un animal que se esconde del cazador que lo amenaza, camuflageándose con las sombras a su alrededor. Y la ciudad también se confundía en la oscuridad.

Esa inquietud por llegar a la ciudad que miraba desde donde permanecía sentado me tentaba a intentar de nuevo ponerme de pie. Otra vez me puse de pie y corrí con todas las fuerzas que aún podía guardar, pero la ciudad no estaba más cerca con cada paso, y al ver que aparentemente no avanza ni un metro, disminuí el paso y terminé caminando normalmente, resignado de aquella impresión de inmovilidad en la que me encontraba. No, parecía que nunca me acercaba a la ciudad, no creían las luces, ni lograba escuchar sonido alguno de agitación. Convencido me detuve nuevamente, absorto en aquella situación, el cansancio me venció y la pesadez, el sueño, me durmió en una exhalación que no recuerdo cómo sucedió. Tirado sobre la grama mi cuerpo estuvo adherido a la tierra durante toda la noche.

Una pareja de caminantes, de sexos opuestos, pasaron por la carretera casi a las dos de la mañana, venían desnudos, eran de los que iban a la ciudad por comida pero habían resultado asaltados en el final del trayecto. Entre los dos hurgaron en mi sotana buscando dinero o algo de valor que les pudiera servir. No encontraron más que mi carné de identificación, dos fotografías, ambas mías. Cuando me registraron pensé que estaba soñando con los ojos abiertos, pero me di cuenta de que había sido cierto cuando en el cielo amaneció y de nuevo el día corría con sus transparencias hacia su círculo para convertirse en la noche y yo despertara sorpresivamente como si alguien me hubiera golpeado la cabeza con una piedra gigante.

Sabía que iba a ser una tarde muy larga. Cómo no lo advertí cuando el sol a simple vista se miraba como un ser intransigente. Un sol que nunca terminaría de caer durante este día. Así es a veces la naturaleza. Como nos sucede cuando no tenemos ni media idea de lo que sucede con nosotros, aunque tengamos todo frente a nuestros ojos, todo lo que miramos incluso llega a parecernos una farsa. Una farsa que como la muerte puede existir sin darse la vida. Pensamientos como estos recorrían mi cabeza mientras el sol seguía inmóvil en el medio del techo celeste y era semejante a una escultura de barro cubierta por un delgado forro dorado, sostenida de un hilo invisible desde el suelo. Y aunque la única referencia que tenía para asegurar que el tiempo avanzaba era que mi corazón seguía latiendo, porque lo escuchaba con claridad , el sol seguía estático, necio, terco, lento y limitado a una rigidez casi de guerrero en combate, ser inmutable.

Ni siquiera me acordaba de que tenía que llegar a aquella ciudad lejana, la que recién vi la noche anterior, y que en mi inquieta necesidad por verla se había desvanecido en la oscuridad del sueño. Ahora había borrado de la mente a las dos personas que habían registrado mis documentos buscando qué quitarme, aunque aún creía que eso había sido sólo un sueño, se entre mezclaba con la confirmación de que no lo había sido.

Cuando sentí que el sol comenzó a moverse, lo ví regresar a su punto de nacimiento, avanzaba al revés y mi cuerpo, mi memoria retrocedía junto con él a las imágenes cuando las dos personas, me vigilaron durante toda la noche, y cuando presintieron que me despertaría, el hombre de la pareja, dejó caer una piedra sobre mi cabeza, y ahí fue cuando sentí que había comenzado a despertar.

El hombre me quitó la sotana y se la puso a la mujer que lo acompañaba, le dió mi identificación y le dijo que si preguntaban algo, ella era mi esposa, y venía huyendo de la ciudad, por todo ese asunto de los saqueos y la anarquía que existía en las calles. Ella le miró con ternura y seriedad a la vez comprendiendo que no debía olvidarse de ninguna de las palabras que le había dicho para protegerse por cualquier emergencia. El hombre levantó mis párpados para que todos los que llegaran a toparse conmigo pensaran que de seguro era algún desquiciado por causa de todo este desastre que vivíamos y en un momento de locura me había desnudado y miraba al sol como un niño tonto.