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miércoles, 13 de julio de 2011

sábado, 9 de julio de 2011

REPUDIO A LA VIOLENCIA EN GUATEMALA

Me propuse luchar interiormente contra las acciones que llenan de tragedia a nuestro paìs, y por eso, en muchas ocasiones mantengo el silencio, como muestra de mi repudio a todo lo que hace sufrir a nuestros conciudadanos. Me propuse expresarme activamente en sucesos positivos y propositivos que hace nuestra gente para luchar contra la mierda que cae de los mismos que llenaron de verguenza durante la guerra interna al país. Me siento profundamente avergonzado por tanta muerte de nuestra gente, por que nuestros paisanos sean tratados como carne de ganado por los traficantes de personas en su odisea por ir a EE.UU., y la muerte de Facundo Cabral, es una victima de las que llora nuestra gente. Me propuse no dejarme llevar por los cangrejos que larvan en las instituciones del país. Facundo, Pedro, Juan, Luis, sin importar el nombre de la victima, son jòvenes, niños, mujeres, artistas, obreros, empresarios, pilotos, que nuestra Guatemala necesita para lograr su crecimiento. Es evidente que estos actos de violencia, son parte de algo mas grande, sucesos no eventuales ni casuales que inducen el Terror y la Mordaza entre los ciudadanos del pais. Me propuse cambiar de país, construir una nueva patria, mi nuevo país es Guatebella, y por eso, proximamente cambiaré la dirección de mi blog. Mi mas sentido pésame a Guatemala, a Argentina, y a todos los fans de este trovador del mundo. Hasta siempre Facundo!!!

lunes, 4 de julio de 2011

ESTADIO CON GRAMA SINTETICA

ESTADIO CON GRAMA SINTETICA

Un pueblo
Puede tener gente desempleada
Y sin maiz
Para hacer el dia y el ahora
Pero no puede quedarse
Sin un estadio
Con grama sintetica
Ciegos de vivir
Sumergidos en el subsuelo
Ave que no vuelve a salir
Corre
El espectaculo
Es reirse
Entre los tuertos.

Utrillo, Guatemala Julio 2011

jueves, 2 de junio de 2011

A PROPOSITO DE LAS ELECCCIONES 2011

PRESENTACIÓN
Tan “celebrado” ha sido el aniversario de la Constitución de la República de Guatemala, así también relanzan la “apoteosis” de las Elecciones de este 2011. En lo personal, tan incipiente democracia, con un crecimiento económico por debajo de países como Nicaragua, Costa Rica. Este país que mis viejos me enseñaron a amar y soportarlo, porque eso hacemos muchos guatemaltecos con representantes públicos tan ineptos y mediocres, reconozco, y no a ciegas, que es una repetición de juegos de traiciones entre los mismos que fomentaron tantos demagógicos procesos electorales en procesos golpistas –según la historia que nos heredaron-, sólo que matizados por rostros dispuestos a exterminar la poca integridad socio-económica que tiene el país. Sin importar quién quede en el Gobierno, desde el año 2003 me nació la inquietud de plasmar mi opinión de las “elecciones” que se realizan en el país, y lo plasmé en el siguiente guión de cortometraje, que curiosamente, cada ocasión en la que se realiza este supuesto “proceso democrático” siempre me viene a la mente. 26 años de democracia y la deuda multimillonaria de nuestro país nos somete a la limosna internacional, la miseria sociopolítica y la aniquilación al buen estilo darwiniano. Por todo esto, recuerdo con su propio mérito a Arévalo Martínez, tan acertado con su Ecce Pericles y sus tantas obras simbólicas de lo que no hace sino demostrar, que nuestro país no ha hecho otra cosa que vestirse de cadenas, tanto en su tiempo, hace más de 90 años, como ahora.

Guatemala 2011.






“UN DÍA SIN IMPORTANCIA”
[Cortometraje]


Por
Mauricio Estanislao López Castellanos




A Jacqueline
(por que al leer el título de este guión
pensó todo lo contrario
y no lo terminó de leer)



Sinopsis de tiros de cámaras.

CUADRO 1: Plano General. Urna de Votación.
CUADRO 2: Plano General. Toma Americana. Cuatro delegados en la mesa electoral.
CUADRO 3: Cada uno de los personajes es paneado y en cada encuadre de los protagonistas, hay un flash motion back hacia algunos aspectos de su vida.
CUADRO 4: Experiencias, Sabotaje, Extorsión, y Fraude.
CUADRO 5: El silencio total de los presentes, agregar carga de ironía en algunos. Conversaciones de los personajes con otros seres cercanos a su actividad diaria.
CUADRO 6: Plano Detalle a Toma Americana con zoom a Toma Abierta. Las urnas y el centro de votación completamente vacío.

CUADRO 1
Ext. Toma Crane con paneo lento sobre un edificio de Escuela Pública, en la toma se encuadra el rótulo de la Escuela que dice “Escuela Rural Urbana Mixta Normandía No.2004”.

Del paneo se hace una transición acelerada hacia uno de los pasillos, y se avanza con un Travelling frontal, mientras varias personas cruzan el cuadro de la cámara, cruzando el pasillo y observando hacia todos lados intentado adivinar el lugar donde les toca votar.

Corte a
Encuadre Rostro de Jobías, persona de mediana edad, con el cabello corto, mirada aguileña, nariz respingada (todo el clásico cliché de la descripción fisiológica)


Jobías:
Todos andan como locos
Y este circo ni siquiera
Abre sus puertas...

Corte a
Encuadre de Miguelito. Un hombre casi de cincuenta años de edad, de estatura baja (otro cliché de los que hay).

Miguelito:
¿Y los otros fiscales?

Corte a
Jobías aparece de frente y Miguelito apenas si se le nota el cuadro por la moyera.

Jobías:
Por ahí deben venir todos apresurados.

Corte a
Contracampo.
Miguelito:
Todos se despiertan tarde para esto
Pero ¿por qué para otras cosas no?
Cuando les conviene son huevones...

Corte a
Emplazamiento anterior.

Jobías:
No te encendás todavía, guardá las
Energías para la noche, si sólo imagínate
Todo lo que falta para que termine...

Corte a
Emplazamiento de Contracampo.

Miguelito:
A mí a las dos de la mañana ya me tenían
Con los ojos bien abiertotes puro búho.

Corte a
Vuelta al emplazamiento anterior.

Jobías:
Pero vos, porque vivís casi hasta Sanarate.
¿Cuántas horas son de camino?

Corte a
Vuelta al emplazamiento de Contracampo.

Miguelito:
Hoy el cuate se hizo casi las dos y media.

Corte a
Emplazamiento anterior.

Jobías:
Ya viste...
Cómo para que no te levantaran tan temprano.

Corte a
Vuelta al emplazamiento de Contracampo.

Miguelito:
No creas, si el cuate se pasó casi una hora
Esperando a que apareciera la presunta
Tencha, de allá del Rincón del Árbol,
Que dis que le trajera a la ciudad unos
Menjurjes para sus hijitas que están
Tan distanciadas y ella tan ocupada que
Ya ni se miran las caras.
Por eso fue que se tardó. Si de ganancia
Se iba a traer una patada de un caballo
Pero tan negro que ni se dio cuenta
Que lo tenía en la espalda, el caballo
Bien dormido, y aquel igual que yo,
Todavía quitándose el sueño, cuando
Sintió que la cola lo sobó por la espalda
Se hizo un quite porque el animal
Estiro la pata instintivo y por poco y lo levanta
Un par de metros.

Corte a
Emplazamiento Anterior.

Jobías:
¿Por eso se tardó tanto?

Corte a
Vuelta al emplazamiento de contracampo.

Miguelito:
Bueno, es que, en realidad se tardó
Como quince minutos
en el Rincón del Árbol,
Pero como pasamos dejando el encargo
Con las hijas de la Tencha,
aquel se desquitó
Con la Jimena lo del “viajecito” y ahí fue
Donde nos retrasamos los otros
Cuarenta y cinco minutos.

Corte a
Emplazamiento Anterior.

Jobías:
Vos me querías ver de tu pendejo.

Corte a
Vuelta al emplazamiento de Contracampo.

Miguelito:
(Irónico y reflexivo)
Pues, así, honestamente, yo de verte
Cara de pendejo, te la miro siempre,
Pero que vos, algún día te des cuenta
Eso ya es otra realidad que no sueño.
No lo vayas a tomar en serio...

Corte a
Emplazamiento anterior.

Jobías:
Siempre pésimo para contar chistes
Miguelito, nunca te dediques a la “payasería”
(Pausa)
Mirá, faltan veinte minutos, y siguen sin
Venir, qué informalidad de mundo...

Corte a
Vuelta al emplazamiento de Contracampo.

Miguelito:
Preferible el Mundo y no Dios.


CUADRO 2
Ext. Escuela Urbana Rural Mixta Normandía No. 2004. Plano General el mismo día, una hora después.
En el cuadro de la cámara se hace una rotación semi panorámica de los elementos dentro de las instalaciones de la escuela, es el día de las Elecciones Generales para Elegir Presidente y Vicepresidente de la República de Guatemala.
Lo de costumbre, gente buscando la mesa donde le toca votar, prensa, observadores, et al.

Corte a
Toma americana. Un pasillo de la misma escuela. En el cuadro aparecen justo los cuatro integrantes de una de las mesas de votaciones, están sentados en sus respectivos lugares, los implementos de costumbre para estos menesteres. Hay bastante inmovilidad dentro de los miembros de esta mesa porque no hay ningún votante.

Corte a
Encuadre Jobías. Y encuadres rotativos por diálogo.

Jobías:
Con nada están contentos...

Miguelito:
Si, yo me madrugo por gusto
Sólo para un buen disgusto.

Ana:
No me digas nada, vos siempre con el mismo estribillo.

Jobías:
Ya se van a poner a alegar, ustedes si no descansan.

Bysnes:
Pues, si no hay... mejor.
Más descanso.

Miguelito:
Todo por lo que pasó ese “Día Negro”


CUADRO 3
Se realiza un encuadre sobre cada uno de los miembros de la mesa, esto mientras a cada uno le toca su diálogo, en cada encuadre individual hacemos un flash motion back biográfico.

Jobías: Hombre de edad media, trabajador de empresa privada, aspirante a una secretaría en la alcaldía, por lo menos una nada despreciable como para no seguirse matando con horas extras que nunca le pagan. Tiene familia, una esposa, dos hijos, varios deportes: entre ellos la tele, los naipes, el fútbol, y los tarros de cerveza. Vive del centro de la ciudad para afuera y tenía deseos de estudiar en la universidad pero por razones de origen “reproductivo” no lo logró.

Miguelito: Hombre de casi cincuenta años, algo bajo de estatura, ya tiene familia, y está a punto de ser abuelito, lo que lo tiene en realidad muy preocupado. Su mujer siempre lo anda mandando de un lado a otro cuando está en la casa, y en el trabajo allá por la carretera camino a Sanarate, no deja de mirarse en un puesto del gobierno para tener derecho a una jubilación. No tiene deportes. Tampoco le funciona aquello, por que está operado.

Ana: Chava de dieciocho años, fresa, su tío la metió de fiscal de mesa electoral, pero ella sólo sueña con perder el tiempo mientras le sea posible. No le gusta que la detengan los de tránsito porque se le olvida cruzar las calles solamente en verde y no en rojo. Tiene varios hobbies: entre ellos, la mariguana y el crack, también va a la iglesia, lee a Foucault y a veces asegura de que podría comerse a su hermano vivo si llega un día que esté sacada de quicio.

Bysnes: Hombre de treinta y cinco años de edad. No tiene interés en nada, sólo descansar el mayor tiempo posible, y ganar mucho dinero si se lo dan. Mujer, si tiene, por algún lugar del mundo anda ella, huyendo de él. Hijos, también, huyendo igualmente. Vive de la camaradería que permiten épocas como éstas cuando hasta las piedras sirven para la propaganda de los candidatos. Por eso no hay que perder la chansecita.

CUADRO 4
Ext. Lugar Lejano en el interior de la Republica. Toma de diferentes ángulos.

Toma 1
Encuadre de rótulo de escuela colgando sólo de un lado, mostrando los resultados iniciales de un acto de violencia.

Toma 2
Travelling de avance dentro de uno de los salones que ese usaron como mesas receptoras de votos, donde algunos hombres recogen algunas de las boletas electorales y tratan de verificar el desconcierto del lugar, e intentando mostrar con gestos las confusiones del caso sobre lo sucedido.

Toma 3
Encuadre sobre una de las mesas electorales, enfatizar el encuadre con un zoom hacia la hendidura donde se debían de colocar las boletas...

Toma 4
Crane haciendo una panorámica general de todo el lugar.



Toma 5
Plano abierto de unos cuantos policías acercándose al lugar, para examinar el sabotaje.

Toma 6
Toma estática, centro de calle, al fondo de ésta se mira como una turba de gente camina con algunas antorchas improvisadas y caminan en dirección contraria a la cámara, y cruzan en una de las últimas calles que se alcanzan a ver y luego se escuchan sonidos de vidrios reventados y otros destrozos.

Toma 7
Plano abierto. Dos personas. Un hombre y una mujer.

Hombre:
Va a votar por nosotros...Si no lo hace,
usted ya no trabaja, y sus hijos ya no comen.

CUADRO 5
Ext. Escuela Urbana Rural Mixta Normandía No.2004. El mismo día unas cuantas horas después.

Jobías:
Qué silencio Miguelito.

Miguelito:
Ni los muertos del pueblo se están callados...

Jobías:
Yo miro que las otras mesas si tienen gente
¿Por qué será vos?

Miguelito:
Saber vos...

Ana:
Ustedes no le preguntaron a mi tío
Si nos podíamos ir a mediodía
Si no venía la gente...

Miguelito:
(risas en off de Jobías)
Mirá, vos te podés ir y si querés regresás
Al rato, porque total,
ni observadores hay por acá,
Y después te contamos.

Ana:
¿En serio?

Miguelito:
En serio Ana, y regresas a las cinco, por cualquier cosa.

Ana:
¡Qué bien!

Miguelito:
Vos jobías, vos deberías de pedir unos minutos… pero para suicidarte mano, estás con una cara...

CUADRO 6
Plano detalle de los tres miembros de la mesa electoral.
Son las seis en punto de la tarde. Están cerrando la mesa.

Corte a
Detalle de la bolsa de votos emitidos totalmente vacía.

Corte a
Detalle de seguimiento de imágenes cuando Miguelito y Bysnes se encargan de quitar la bolsa de una forma minuciosa, casi quirúrgica, y luego sellarla.

Corte a
Toma americana de los cuatro miembros.

Jobías:
¿Qué pongo en el acta?

Miguelito:
Poné lo que sea...


Bysnes:
Mejor no pongas nada. Más fácil.

Ana:
La verdad, como si no existiéramos.
Déjala en blanco.

Jobías:
Se me ocurre algo...

Miguelito:
No jodas jobías
Porque vos lo haces todos los días.

Jobías toma las papeletas y con su encendedor comienza a quemarlas todas, patea su silla y trata de destrozar cuanto puede de lo que tiene enfrente, Ana se le une a emprendedora tarea, y Bysnes mejor se aleja un poco mientras observa tranquilo. Miguelito mejor va al baño mientras los otros terminan.


Guatemala, 2004.

martes, 24 de mayo de 2011

TU BESO ANTES DEL DESAYUNO

TU BESO ANTES DEL DESAYUNO

Creo que te resulta complicado
Decir lo que ves
La flor sin aroma
Es mi aliento de día
Construí un techo sin ideas
Mira al cielo como el cadáver
Donde duerme el sueño
Su latido despiadado
Corre como un desquiciado
Por las calles de esta ciudad
Nadie acierta
Y vibro en el nivel de mi desvelo
Busco el fuego
De la nodriza de otro tiempo
Tu mi incertidumbre de cigarrillo
Creo que la próxima figura
De mis labios
Fue tu beso antes del desayuno
Adivino de quiniela
Petro-esclavo millonésimo uno
No me leas la mirada
Zapping con tus sombras.

Guatemala, 21 mayo 2011.

sábado, 14 de mayo de 2011

EL INSOMNIO PERRO

EL INSOMNIO PERRO
(1999-2002)


Casi dormir, casi cerrar los párpados hasta que todo sea indefinido y oscuro y no recuerde, casi olvidar lo que sucede por mis sentidos y me provoca no tener recuerdos. ¿Ahora realmente qué puedo esperar? ¿Cómo iba yo a saberlo, díganme ustedes, cómo podría saberlo? ¡Yo no soy adivino maldita sea!

Casi después de todo el tiempo esto es lo que pasa. Te dicen que ya no te desean verte la cara por la casa, que mejor te busques otro lugar. Y bueno, qué podés hacer… no queda otra solución que encontrar ese lugar. Cómo, dónde, a cambio de qué, son preguntas que al final no importan para los demás. Sentí que me quitó el suelo que pisaba, sentí que tenía los zapatos sobre el vacío cuando me dijo que ya no podía quedarme más en la casa. ¿Quedarme? ¡Gran cosa! Si ya ni era mi casa, ya en realidad dejó de serla desde hace mucho tiempo, y me refiero a demasiado.

¿Y dónde podría quedarme ahora? Los amigos… ellos me habían dicho que no podían.
Por la familia, nos echarían a los dos, vos sabés de esto manito.
En la mía, sería sólo por un día, es decir por una noche, y eso a vos no te alcanza. ¿no es así? Después ¿qué harías? Otro día en otra casa y así indefinidamente. Lo que tenés que encontrar es un lugar seguro, un hotel, o un cuarto para alquilar, y yo no te lo puedo ofrecer, aunque intentara hacerlo.
No sé si eso que me respondieron los haga mejores amigos o no. Tal vez no. Pero de todas formas el asunto del lugar seguía siendo una prioridad. Cuando ella me dijo por la mañana “espero sinceramente que no te molestes en regresar, porque esta ya no es tu casa, si buscás desde temprano tal vez encontré dónde guardarte por las noches, aquí ya no hay espacio para vos”.
Todas las cosas podría llevármelas después, eso no me preocupaba. Y aún así, sabiendo que necesitaba espacio, fui a estudiar, la universidad me absorbería sin darme cuenta y las preocupaciones que llevaba desaparecerían sin mucho esfuerzo si pretendía como mis otros amigos de que todos los desastres personales los dejaba en la entrada de la universidad.
Esta primera noche en la calle no fue difícil pasarla en la casa de algún amigo. Sólo necesité acompañarlo y emborracharme junto a él, Hasta que llegando el momento de las despedidas, le comentara de la imposibilidad de llegar a mi casa porque [ya no tengo dinero, y sólo sería por esta noche], y así nadie se complicaba más en explicaciones o en esa lástima inútil que odiaba recibir de mis propios amigos porque me parecía una ofensa y una falta de respeto.

No hay mucha diferencia entre dormir una noche en un lugar o en otro, cuando le perdés sentido a lo que significa el hogar, o la casa, como muchos acostumbran llamarla, sinceramente no existe diferencia si es en cualquier sitio. Lo primordial es que los ojos se cierren y todo se desvanezca de los sentidos para no tener ninguna forma cómo recordar o recibir algo de memoria. Pero el insomnio es lo más perro que te puede llegar en esos momentos, por dentro te comen las ganas de levantarte y perderte, confundir el cuerpo por las calles hasta que el alba y el cansancio te golpee en la sien para besar el aire gélido del amanecer, y respirar la posibilidad de que la siguiente noche no termine igual, pero el tiempo sigue, sigue y permanece el insomnio. Y escuchás que nadie habla, que todos callan preguntándose qué diablos hacés vos en ese lugar. Así se hacen los días y no le encontrás solución a todo el asunto, pensás que regresar significaría algo importante para los que te echaron, pero quién lo sabe con certeza. Y para volver te faltan muchas cosas, y entre ellas necesitas perder el poco sentido de dignidad que te queda en el alma, o en las entrañas, como se llama.
Pero también se acaban los favores y es preferible ahorrarse las explicaciones de que has buscado dónde quedarte de forma fija, pero que aún no has encontrado dónde, y el tiempo, otra vez, largo e indefinible se te estira como la tripa de un coche y a pesar de que sólo han pasado dos días, no te alcanzan los sentidos para hallar el límite de esta continúa revisión de las horas sobre tus labios y sabe como a agua estancada e inmóvil que ya ni siquiera te permite hablar con tranquilidad, para pretender que los desastres siempre se quedan afuera de todo lo que es la convivencia pública. Y mientras me doy cuenta de que faltan tres horas para que la noche separe los intereses de cada uno de mis amigos, no sé dónde está ese lugar que fue hecho para mí, si es que existe en el mundo algo parecido lo que busco. Y les digo a mis amigos que por fin hoy ya he resuelto el problema por el que les había causado tantas molestias en sus casas, aunque sea una mentira. Con las triviales excusas que la amistad necesita para seguir siendo lo que es, comprendo qué soluciones podrían ser funcionales para este momento. Ninguna de ellas me parece muy buena, pero con intentarlas sólo puedo perder lo que me queda, que es muy poco. Tomé dos cigarrillos cuando la cajetilla pasó por mis manos en la habitual repartición del tabaco entre mis amigos, uno para ahora, en estos precisos instantes y otro para después, por si las cosas no salen como me imaginaba por lo menos estaría preparado de alguna manera. Mis amigos sintieron más alivio que otra cosa, cuando se enteraron de lo que recién inventaba, porque aún si ellos no me lo decían, otro día en sus casas era algo que sobrepasaba el límite que ellos mismos llegaban a tener. Era suficiente que miraran con ojos esquivos para entenderlo sin preguntas. Eso era así ahora.

Me senté en uno de los espacios jardinizados que tenía el Campus Universitario, y esperé. Todos mis amigos iban por sus caminos, aglomerándose con otros estudiantes como ellos, indescifrables si iban en grandes números o cuando estaban solos, nadie deja de ser como una piedra, es decir, que no se sabe qué tiene dentro hasta que se rompe por alguna razón. Después de una hora tendría la soledad suficiente para buscar un lugar idóneo para quedarme, sin que nadie me viera y con el riesgo de que la seguridad interna de la universidad llegara a encontrarme.

Me habían contado de un edificio que no tenía servicio de vigilancia, por sus escasas instalaciones y porque estaba rodeado por otros edificios casi del triple de tamaño que éste y que de alguna manera, no se habían tenido nunca noticias de que en este pequeño edificio pasaran problemas.

Ese edificio era mi objetivo desde el momento que me recordé de aquellos comentarios. La iluminación de los alrededores era demasiado escasa como para que alguien pudiera verme. Cuando ya había pasado la hora de esperar casi escondido entre las sombras de los árboles de esa área del Campus Universitario, caminé atento a cualquier movimiento que me alertara de alguna presencia. Mis sentidos se agudizaron al máximo como nunca antes se hicieron más sensibles: a un cambio de luz, a una sombra moviéndose entre la oscuridad. Crucé el corredor del parqueo y vi una tenue iluminación en las puertas donde debía pasar con rapidez y agilidad para lograrlo. La puerta metálica, hecha con angulares de hierro, sólo tenía sobrepuesto el candado en la cadena. No necesité quitar el candado para mover la puerta, la empujé con fuerza y lentamente, lo exacto para que mi cuerpo pasara de costado por ella, y después la regresé a su posición original. El pasillo del edificio seguía con luz eléctrica, los tres estrechos niveles del edificio. Todos los salones estaban cerrados con llave, el único lugar que por costumbre permanecía abierto, era el baño. Tal vez para logar que el hedor concentrado de los residuos de los estudiantes pudieran ventilarse durante la noche, por lo tanto, sólo ahí podría quedarme a dormir. Antes ya había soportado situaciones más complicadas, pensé. El insomnio regresó como las dos noches pasadas sin dejarme pegar ojo por más de una hora seguida. Pero lo que realmente necesitaba tener era espacio, un lugar, donde sabía que nadie podría interrumpir este intento por perder un poco de esa preocupación que sin darme cuenta comenzaba a extenderse más de lo que había llegado a imaginar. Como a las tres y media fumé el cigarrillo que había guardado. Realmente resultó una solución temporal que alejó ese cansado cabeceo en el que me había encerrado en una inercia casi inconsciente. El tiempo que faltaba para la mañana se esfumó en un parpadeo. El trabajo me esperaba y seguía con la misma ropa, con la misma expresión de incredulidad que me dominaba. Antes de que dieran las seis de la mañana salí del edificio. Por lo menos que quedaban más de doce horas para buscar otro lugar, sino es que no me quedara otra solución que tomar el tiempo.

A todos les pareció gracioso verme con la misma ropa por tres días. Lo supe desde que les vi esa risa mordida en los labios al saludarme en la mañana, así es el trabajo de vez en cuando, si no fuera así, no sé quizá todos seríamos otra cosa. Yo pretendí ser indiferente a todo, dejé mis asuntos en esos breves momentos cuando mis pupilas encontraron un abismo de ausencia. Sentí que estas horas de trabajo pasaban mucho más despacio que las horas vividas la noche anterior en aquel baño. No comí durante la hora de almuerzo, me perdí por las calles del centro viendo tonterías y caminando sin rumbo fijo, lo que hacía era gastar el tiempo de comer, borrarlo de mi estómago para no sentir hambre. Cuando regresé al trabajo había un grupo de compañeros platicando, que al verme inmediatamente se dispersaron como si les hubieran echado insecticida para asustarlos. Y estas horas de la tarde se hicieron menos cortas. Y yo me sentí menos real, por el hambre, por la cercanía nuevamente de esa incertidumbre. Dentro de mi hice ojitos de cangrejo para soportar lo que aún faltaba del día. Después regresé a la universidad como si en esa rutina perdiera relación conmigo mismo y con los demás y todo se reluciera a una insignificante renovación de la indiferencia. Hoy es viernes y las cosas cambian de dimensión los viernes, o por lo menos así lo intentan los estudiantes más liberados. Cuando encontré de nuevo a mis amigos, noté la misma expresión de inseguridad en sus rostros al verme igual que ayer. Entonces se dieron cuenta de que todo el asunto supuestamente resuelto había sido sólo una invención, al menos ingeniosa, para no molestarlos más.

Después del último curso, salimos en grupo. Todos mis amigos pretendieron tener una solución para esta mi desgracia. Pero se me subió un poco el orgullo, por mil razones que no tienen valor. Y en ese estado de supremacía aparente rechacé las ofertas que me hacían para esta noche. Todo se acaba tarde o temprano, y si se acaba…
Me interrumpió mi cuñada justamente cuando me disponía a darles un pequeño sermón acerca de lo que para mí era la molestia que es estaban tomando en un asunto que no era responsabilidad de ellos. Mi cuñada habló con rapidez y seguridad. Su hermana, mi esposa, quería que regresara, que el asunto podríamos hablarlo en la casa, sólo tenía que regresar para que esto fuera posible. Lo que hice fue lo único que me quedaba por hacer…

Óigame usted muy bien… cómo espera usted que tenga noción de quién va a o viene, si son demasiadas personas las que suben desde la universidad. Yo me los llevo como puedo, porque tampoco los puedo dejar tirados, porque aunque ninguno me crea, yo tampoco soy un animal como piensan muchos. Si ellos se suben yo los llevo, para eso estoy en esto, media vez paguen el pasaje, hago todo lo que puedo porque lleguen rápido y lo más tranquilos que se pueda, aunque usted mismo sabe, la competencia, la necesidad de estar lo antes posible porque tiene que tomar otros buses para llegar a sus casas. Pienso que esto es una equivocación y que usted pierde el punto de vista real del asunto al pensar que yo sería capaz de hacer algo así intencionalmente. Personalmente no tengo nada contra ellos, aunque me mienten la madre, me digan “serote”, para qué le digo lo que ya sabe que me dicen. Si iba un poco a prisa, pero no era demasiado, la velocidad que llevaba era la normal, todas las noches lo hago con la misma velocidad. Sólo así puedo llegar a tiempo.
Ya se lo dije antes, no lo vi, muchos se han subido sin que yo logre enterarme. No se vaya a molestar pero yo no tengo ojos en la espalda, y en las orejas para verlo todo. Casi siempre me avisan con un chiflido o somatan la burra, siempre se las ingenian para avisarme de que sucede algo, entonces yo volteo a ver por el retrovisor. Yo tengo que guiarme por esas señales, no me queda de otra, yo también tengo un hijo estudiando en la universidad, no se crea que no sé lo que es estar en estos lugares. Por eso siempre hago todo lo posible por cuidar a mis pasajeros. Pero un accidente ¡quién va a adivinarlo! Yo sólo sentí que las llantaza traseras del bus pasaban como encima de una piedra, y los gritos y los golpes de los demás estudiantes sobre mí, y las amenazas y las maldiciones. ¿Qué iba a ver yo con tanta gente adentro de la burra? ¿Dígame usted? Si usted estuviera en mis zapatos por lo menos me creería que no se puede ver nada así…
Ahora usted me dice que sí me avisaron. Que una mujer grito antes de que arrancara, pero la verdad es que no la oí. Es la verdad… ¡No la oí!

miércoles, 11 de mayo de 2011

SESIONES PARA ALCANZAR LA ETERNIDAD

SESIONES PARA ALCANZAR LA ETERNIDAD
(1999-2002)


A Jair, Salvador, y Manuel


Las máquinas de escribir se convertían en estatuas de sal después de que los últimos estudiantes del curso de mecanografía las abandonaban con la satisfacción de que casi estaban por terminar el curso, que en ciertos momentos les pareció casi interminable, cuando la presión de la velocidad versus tiempo se volvía algo de vida o muerte para no pasarse otro año metido en este absorbente salón donde el sonido se hacia ciclos incontables por los sentidos más despiertos después de la acelerada rutina de volverse sobre las cuartillas en blanco, sobre las numerosas tareas pendientes para obtener la nota máxima y necesaria para recibir el diploma que al final del tiempo sería sólo una víctima más de la polilla y su constante evolución en el ecosistema urbano.
En filas de cinco máquinas por cada una, las seis filas se miraban rígidas y frías desde el umbral de la entrada, o desde las ventanas, viendo el salón desde el lado de la calle. Y la maestra, alta y solemne, gorda, miope y soltera, como una torre insalvable al momento de querer la salida de la clase, indiferente viendo sobre su escritorio todas las hojas de práctica que los alumnos dejaban para que las evaluara día a día, rodeada sin darse cuenta de la leve penumbra del salón cuando la tarde se inclinaba sobre el horizonte para tragarse rápidamente toda la claridad que podía existir.

No te vayas a creer que la clase te será fácil sólo porque eres el único estudiante de las calases de la mañana. ¿Está claro? No quiero que después me traigas a tu mamá para que reclame. Bien, comencemos con la clase […]

Todas las mañanas debía asistir a esa clase de mecanografía. Y para mi desgracia era el único estudiante que se había inscrito en la academia a esa hora. Todos los demás jóvenes de mi edad lo hacían por las tardes, pero eso porque ellos estudiaban por la mañana, en cambio mi rutina era al contrario, al revés, yo tenía que ir primero a la meca y luego a estudiar por la noche. No dejé de estar molesto por tener este itinerario inestable. Si no hubiera sido porque en el instituto se les ocurrió poner cantidades límites de estudiantes podría haberme inscrito por la mañana como mis demás ex compañeros de grado. Nunca me gustó la soledad, y menos en estas circunstancias, cuando la maestra de meca si venía enojada podía desquitarse conmigo con una tranquilidad que incluso yo mismo me sorprendía, porque en cierta forma mi indolencia por lo que hacía indirecta o directamente para desahogarse conmigo de todos sus problemas personales sólo había sido el resultado de la poca importancia que tenía esa clase y lo que sucedía dentro de ella.

El primer día que llegué a la academia pensé que encontraría a muchos jóvenes de mi edad con quienes podría pasarla bien después del curso o también dentro de éste. Pero cuando descubrí que yo era el único que se había inscrito por la mañana, me cayó un balde de agua fría sobre el rostro y me dio la impresión de que mis propios amigos, es decir, sus emanaciones casi fantasmales eran los que lanzaban ese helado chorro sobre mi rostro para que se me parara el corazón antes que fuera dominado por el aburrimiento. Otros de mis compañeros que tampoco logró apuntarse en el instituto por la mañana, y ahora también me hacían compañía por la jornada de la tarde, estaban en la academia pero los días sábados, otros tomaron el día domingo, a esos los llamamos “los Miseros de la Santa Tecla” por eso de misa los domingos y tecla de máquina. Quería tomar el último lugar del fondo en la fila media, la número tres, no importaba si se contaba de derecha a izquierda o al revés, siempre era el mismo número medio de una cifra redonda. Cuando entré a la academia, la maestra me dijo que escogiera dónde prefería sentarme, ya iba caminando para el fondo del salón cuando me detiene con un “shhhtt…” y me señala con su mano el lugar que se encontraba hasta delante de la misma fila tres y como si no reconociera yo la orden pretendí no ver esa señal con su mano, después volvió el “shhhtt…” con más agresividad y luego regresé a donde me ordenaba, pero para alegrar el asunto caminé de espaldas regresando sobre mis pasos, como una negación que afirmaba mi deseo y al mismo tiempo buscaba una reacción, fuera cual fuera, de la maestra que me miraba caminar de espaldas y que no le encontró la gracia a lo que hacía. Guardó silencio por unos cuantos segundos hasta que decidió quitarse del lado de la pared que daba a la calle y que ella miraba por las ventanas, para sentarse en su escritorio, con lentitud y metodismo casi anacreóntico. Me miraba fijamente sin pronunciar todavía alguna palabra, y al mismo tiempo con su mano izquierda abría la ancha gaveta superior del escritorio, desde el lugar donde yo la miraba, no alcancé a ver el contenido de esa gaveta, sólo veía parte del brazo y antebrazo moviéndose como la pala hidráulica de un tractor industrial, hasta que mostró sobre la mesa del escritorio un libro de color verde o amarillo… lo que sucedía en realidad es que eran dos libros, uno amarillo y el otro verde, uno era de ejercicios en la clase, el otro de ejercicios en la casa, cada uno con una completa introducción de lo interesantísima que podría resultar esta clase para toda la juventud entusiasta [baahhh…] dije dentro de mí cuando las palabras se agruparon en esa idea que por lo menos para mí no era cierta. Este curso de la meca no me gusta, ya se lo dije a mis padres, a ellos no les interesa tomar en cuenta lo que les digo, pero tampoco por eso me voy a quedar callado como si no pasara nada. Y así desde este primer día de la meca entendía lo complicado que iba a ser obtener ese cartón, que por lo menos si era necesario para pasar al otro grado. La maestra me ordenó que leyera las introducciones, presentaciones, notas del autor y las recomendaciones de los dos libros que me había entregado. Tal vez me lo dijo porque no tenía idea de lo que podríamos trabajar en esta clase, o porque la rutina de todo esto iniciaba con las presentaciones protocolarias de los manuales de trabajo, de alguna forma no podía disimular que los leía porque siendo el único en el salón, con un leve movimiento de las retinas yo era el blanco de la mirada de la maestra, quien no me perdía de vista más de un minuto. Así que me tuve que enterar de los deseos del editor por la juventud, de su aparente pestalozzismo en estado primitivo, y las aclaraciones de producción, estudio, y convicción que el autor confiaba a los lectores para que tuvieran la intimidad suficiente como para recomendar el libro y así venderían los originales y no las copias pirata, como advertía el autor con una amenaza apocalíptica en cuanto a la defensa legal que lo amparaba, por si llegaba a agarrar al desgraciado que le robaba su idea de forma descarada, esta parte fue al único que me gustó, es cierto.

No sé realmente cómo podré soportar estar así de aburrido todos los días del año, porque son casi doscientos días los que estaré en este lugar, y lo único que me salva de la muerte es que puedo descansar los fines de semana, porque si no les juro que soy capaz de matar a la maestra en un ataque de locura, no sé no creo que tenga paciencia para éstas cosas y menos para estar soportando sus revanchas personales sobre mí.

Me dice que el libro de ejercicios en la casa no lo aplicaremos todo, sino sólo algunas partes, las más indispensables para que logre mi aprendizaje con rapidez y exactitud y precisión, y qué demonios pasa que estoy frente a la máquina presiono una tecla y aparece la mancha de una letra que no era la que debe aparecer en realidad, qué pasa, mis dedos tiemblan y se gastan sin acertar a colocar las palabras y sus letras en el orden en que deben estar para que los demás las entiendan, pero no es que lo haga a propósito, lo mío no es la meca, no, lo mío es la tecnología de vanguardia, los sistema de comunicación por medio de la voz, los que ya ni tocas con las manos para que reaccionen a tus órdenes y actúen con una potencia impresionante. La maestra seguramente no sabe mucho de esas cosas, creo que ni las conoce, ahí me gustaría verla, en un laboratorio con equipo de última generación en tecnología digital, ahí si estaría a mi merced. No sé, desde acá tampoco se mira tan abandonada como parece, tal vez si conoce todo eso que me gusta, pero talvez para ella eso no es algo sorprendente.

La primera semana me la pasé aprendiendo la posición de cada dedo en la orientación estratégica de cada una de las teclas que cada dedo debería de pulsar con velocidad y precisión al momento de terminar la clase, pero que en estos momentos se volvía un juego de reacción casi atolondrada donde las equivocaciones iban aumentando a medida que el rodillo avanzaba sobre la línea de manchas letras sobrescritas en otras letras y la repetición del ejercicio en la siguiente línea sólo se convertía en la confirmación de los errores de la anterior. Es desesperante pasarse una hora completa equivocándose, sino se aguanta uno la rabia, bien podría tirar la máquina al suelo, de la frustración. Las hojas estrujadas y echadas a perder se amontonan dentro del cesto de basura, de más de seis hojas, ni una sola se ha terminado en limpio. Y la maestra de meca mira con tranquilidad la desesperación que tengo por lograr que las equivocaciones no interrumpan mi rutina. Así, con ese continuo choque con los errores cualquiera siente que el tiempo nunca pasa y que la clase terminará en realidad hasta que deje de equivocarme por lo menos con una sola hoja. Y cuando termina la hora, casualmente es cuando mejor va saliendo todo y lo que iban bien lo dejas pendiente para el próximo día, por lo menos esto terminó hoy.

Prefería estar internado en uno de esos colegios donde sólo tenés permiso para salir los fines de semana, en lugar de estar metido en ese curso de meca por una hora que cada día se me volvía más difícil de lo que imaginaba. Por lo menos en ese internado estaría con amigos, aunque tuviera que formar esas amistades nuevas eso sería mucho más fácil que ver a la maestra frente de mí, casi inquisidora de todos mis movimientos, de cómo miro hacia la máquina de cómo me equivoco y trato de disimularlo con la mayor discreción posible para que no se levante de su silla y se acerque a mi máquina para reírse disimuladamente de mis fallas.

Todos mis amigos creían que me había vuelto loco al seguir en aquella clase, sabiendo que no me gustaba y que el aburrimiento me mataba. Todos me decían que inventara algo para no seguir llegando a la meca, que acusara a la maestra de prepotente y abusiva conmigo, pero ya mis padres sabían que cualquier cosa que dijera no iba a cambiar la situación, al contrario, me los pondría en contra. Además yo sabía muy bien que mi familia no estaba en condiciones de cambiarme el día de clases, porque representa un gasto impagable en estos momentos, y por eso trataba de soportar la situación lo mejor que podía aunque me resultara en un dolor de cabeza cada día, el que no podía quitármelo de encima hasta que oía el timbre del recreo por la tarde, y salía al patio a jugar con mis amigos.

A mitad del año, todos mis amigos tenían la idea de que la clase en realidad me gustaba, no por la clase en sí, sino por la maestra, porque tenía la oportunidad de aprovecharme de la situación para tener privilegios con ella… ¿Privilegios? ¿De qué tipo? Me preguntaba. Y ellos siempre contestaban “Vamos, vos sabes cuáles… acaso no te das cuenta de que siempre llega con sus falditas. No me vas a decir que nunca le has visto las piernas. No decís que te sienta frente a ella, desde ahí podés verle todo, o me vas a decir que no se lo mirás… Bah… vos porque tenés miedo de levantar la cabeza para verla. Pero nosotros siempre nos damos la grande, más el bizco, que usa tu lugar cuando vamos nosotros.” Realmente no entendían que esas ondas, por lo menos en ese curso ni me llamaban la atención. Si estuvieran aunque sea una semana en esa clase solitarios por la mañana, se darían cuenta de que todo intento es inútil por sacarse de la mente ese silencio, esa sensación de que el tiempo no acaba y el salón te ahoga, como si te tragara una ballena. No es como en el instituto, que por lo menos podés espiar de reojo y es muy difícil que se den cuenta porque como somos muchos, casi siempre hay alguien viendo, buscando algo que nos haga perder la noción de que las clases son algo rutinario. Y así mis amigos nos dejan de creer que si miro pero que no les quiero contar la verdad, y que hasta he logrado tener algo con la maestra, aunque esto es algo que no deseo negar, ni molestarme en explicarles si es falso o no. El ejercicio continuo me ha permitido lograr muchos avances, casi el doble del que han logrado los demás, pero la maestra nunca me lo dijo mientras estuve en su clase, sólo se los decía a sus demás estudiantes, cuando estaba con ellos y se refería a mi como el de la mañana hace mejor las cosas que muchos de ustedes, así que a practicar, sigan escribiendo en la máquina, no quiero escuchar un solo segundo de silencio, el sonido de las teclas tiene que seguir hasta que termine la clase. Así fue como me gané la envidia de muchos, y no digamos el enfado de mis amigos. Hasta el instituto llegó éste rumor y así fui perdiendo la fama de estudiante rebelde hasta que se consideraba el preferido de la meca. Los grupos de estudiantes del instituto se formaban en el recreo y cuando me acercaba para unirme a ellos, rápidamente se separaban para dejarme otra vez solo. Yo me enteré de todo esto hasta que la cerebrito de la clase se acercó a mi escritorio y admirada en cierta forma de mi aparente cambio, pensó que sería un renacimiento mío que ella podría apoyar con agrado, ciertamente pensé que ella se había aliado con los demás para jugarme una broma, pero cuando me dí cuenta que el asunto iba en serio. Porque me miraba con ojos de asombro que no lograba quitarme de encima, y comenzó a seguirme como si solo conmigo pudiera platicar en el instituto, y la verdad era que ella no se mantenía mucho con las demás estudiantes, casi siempre me aburro con ellas, decía. La hice cómplice de mi soledad sólo porque miraba cómo iba perdiendo la compañía de mis amigos, si hubieran sido otras las circunstancias ni loco hablaría con ella, es como ver el agua y el aceite intentando mezclarse.

Los rumores de que mi relación con la maestra de meca eran indudablemente íntimos, fueron creciendo más y más, hasta que llegaron a ponerme “el maquinito” porque ella podía hacer conmigo lo que le diera la gana. Todas las burlas que corrieron por el instituto se hicieron cada vez más ofensivas, pero yo nunca me enojé por éstas, todas me parecían cosquillas a comparación de lo que tenía que pasar todas las mañanas en el curso de meca. Me había hecho inmune a esos ataques que incluso la evidente desinformación de todo lo que pasaba podía servirme para que todos los demás me vieran distinto, me reconocieran al momento que llegaba y se tomaran la molestia de hablar sobre mí y mis aventuras solitarias, y las demás compañeras del instituto lentamente comenzaron a mirarme como el único que ya había conocido el mundo adulto, lo cual despertaba en ellas esa nueva curiosidad sobre la vida, muchas de las que estudiaban por la mañana, buscaban la manera de escaparse del día de clases, inventando cualquier excusa, para husmear por la academia tratando de averiguar si eran ciertas todas las cosas que se aseguraban de mí. Y siempre que los miraba pasar por el frente de la academia me daban una gran envidia.

La verdad es que no sé cómo terminé el curso de meca sin volverme loco del tedio. Y el libro que me había dado la maestra al inicio de la clase ya lo había terminado casi un mes antes que los demás, y fue entonces cuando sentí que esto no terminaría nunca, porque durante los siguientes días me la pasé repitiendo los últimos ejercicios del libro lo que me ponía con humor de perros. ¿Por qué no me dejó descansar hasta que llegara el último día, y sólo me daba el cartón? No, tenía que llegar aunque sea a calentar el lugar. Ni siquiera les dije a mis amigos de que había terminado el curso antes que ellos, terminaría con la poca confianza que aún me tenían. Con el revuelo que alcanzó mi experiencia matutina en el curso de meca, al siguiente año muchos estudiantes rogaron a sus padres que los trasladaran a la tarde y los inscribieran en curso de meca por la mañana, pensando que serían los únicos en asistir a esas horas, pero fueron muchos los que pensaron igual, que el terminó cerrando las inscripciones de la mañana porque ya habían llegado al límite de capacidad. Y la mayoría de los estudiantes que se apuntaron para la mañana en la meca se sintieron totalmente frustrados pro ver que habían sido engañados por mí, y sólo así entendieron que todos los rumores eran simples mentiras que había inventado para burlarme de ellos, aunque yo sabía que todo eso era falso. Yo no había inventado nada, ni había querido burlarme de ellos, aunque no niego que ahora disfrutaba de la noticia porque por fin ahora estaban metidos en los mismos zapatos que yo había tenido que ponerme y tuve que soportar en completa soledad. Algo que ellos no llegarían a conocer completamente.

LA SEXTA PAPELETA… ¿INTENTO DE TRETA? (acerca de la Consulta Popular)

LA SEXTA PAPELETA… ¿INTENTO DE TRETA?

Únicamente quiero referirme a la propuesta de implementar una SEXTA PAPELETA para el PROCESO ELECTORAL 2011, programado para el 11 de septiembre de este año. Hay dos aspectos que interpretar adecuadamente. Primero el Proceso Electoral 2011 se plantea de forma diferenciada de cualquier otro “procedimiento” jurídico-social del país. Segundo, una Consulta Popular, está enfocada en aspectos estructurales de la Constitución Política del país. Semánticamente se induce a confusión cuando se relaciona el Proceso Electoral (a diputados, alcaldes, Presidente, etc.) que se realiza con 5 papeletas, al vincular 1 papeleta adicional (Consulta Popular) que no tiene relación con el proceso eleccionario. Si bien hay que tomar en cuenta, el aspecto técnico financiero para ahorrar recursos económicos en su implementación a nivel nacional de la Consulta Popular. Es indudable que la Consulta Popular, es un proceso totalmente diferenciado, por las características de nuestra nación, esto debe exigirse, para evitar actos de manipulación y demagogia, que generen confusión o desentendimiento de la población, con relación directa a lo que se le pregunta en dicha Consulta. No deja de provocar suspicacia la “coincidencia” de la USAC y la URL junto con ASIES, cuando sus fundamentos socio-científicos son “aparentemente” tan lejanos como desiguales desde sus posturas y su historia, esto en cuanto a la propuesta hecha para que esta “Sexta Papeleta” sea incluía en este proceso electoral. Cabe aclarar, que anteriormente se intentó modificar la Constitución Política de nuestro país, con propuestas tan sesgadas como sus propulsores, y por estos mismos antecedentes, en mi humilde criterio como ciudadano, me declaro en contra de que se use como “palanca” este proceso electoral, para “meter” una papeleta de Consulta Popular. Una Consulta Popular, merece, por la población misma, un tiempo propio, con su cronograma público y abierto, para que la ciudadanía lo conozca, interprete y ejerza su decisión. A quienes manejan el discurso de la SEXTA PAPELETA, están planteando solo un discurso inadecuado (o quizá intencionalmente –semánticamente- retórico). Totalmente aparte son las Elecciones Generales del país, y aparte lo es también la Consulta Popular. Así que no es una “Sexta Papeleta”, es un evento que requiere al menos de seis meses de información comprensible para todos los ciudadanos, y no como lo pretenden “inducir” ahora, cuando estamos a menos de cuatro meses de las elecciones, y no existen ni los instrumentos ni la posibilidad suficiente para diferenciar la propaganda política, de la campaña informativa de la “supuesta” Consulta. Obviamente, esto no es algo que se lo inventaron ayer, es un procedimiento “legal” que como sucede en nuestro país podría realizarse, si la sociedad civil no se pronuncia con un criterio más jurídicamente coherente para que no se siga diezmando la incipiente democracia así como su pilar esencial como lo es la Constitución Política de la República.

jueves, 5 de mayo de 2011

LA PRÒXIMA SEMANA

LA PRÓXIMA SEMANA
(1997-2002)



Cada semana trascendía esa alegría, esa casi interminable alegría de los aplausos, entregándose en aquel sitio que a veces me parecía lejano [cuando la algarabía era para mí algo que debería tener su hogar en el pasado], en el lejano pasado. Imagínate, como los muertos, o algo así. Pero inevitablemente todo revivía cada semana pro el transcurso de la noche, el viernes, el sábado, incluso hasta el domingo. En fin, para que después todo ese fandango exagerado de la fiesta se volviera una tumba que había sido colocada pro las mismas personas que en ella se había extasiado de placer hilarante. Ahora comienzo a sentir verdadera admiración por todas esas cosas de la naturaleza, que viven en ella, que son parte de ella, que son ella misma, y que se contraponen y como una sin la otra, no son lo que son.

De pronto se abrió la puerta de entrada, las personas salían casi atropellando a las demás personas que iban delante de ellos. Todos salían con la misma expresión en el rostro, como si salieran de una máquina innovadora inventada para hacer que la diversidad de todas aquellas figuras humanas se parecieran en la medida de lo posible. A veces salían con gestos de alegría, de satisfacción, incluso muy complacidos.- en otras ocasiones en cambio, salían con el rostro perdido por el suelo, buscando algo, o quién sabe qué en realidad. Tal vez buscaban una lágrima que habrían perdido al entrar y ahora necesitaban con urgencia para no perder ese remoto equilibrio que tenía sus vidas.

Apareció una pareja, casi separados, sus expresiones y su caricia mientras seguían tomados de la mano, no parecía que fuera un gesto de mutua pertenencia, sino de encadenamiento involuntario por ambos lados, pero que parecía casi sin solución. Se movían desorientadamente hacia el corredor, no tenían la apariencia de que les hubiera gustado la función, más bien era una expresión de estar totalmente vulnerables a lo que después del regreso a sus vidas podrías esperarles al despertarse frente a frente, sin más tiempo para dejar pasar toda su vida por sus ojos.

Todo eso para mí no era en realidad muy importante. La próxima semana vendrían de nuevo, tal vez no hayan solucionado hada para entonces, pero vendrían igual, y quizá en esta ocasión salgan derramando carcajadas, que hoy dejaron en otro lugar, o ya las malgastaron. La gente seguía pasando. Siempre que la gente salía de la función, por la costumbre de mirarlas salir, había acostumbrado a mis sentidos a verlos casi infinitamente. Y aún después de que hay había sido el último de ellos, mis mojos jugaban haciéndome creer que esa fila nunca terminaba, espejismo hasta que mi compañero me tocaba el hombro.

Pasaban y pasaban. En ocasiones me tomo a mano limpia un cigarrillo antes de que todas las personas salgan de la función, cinco o diez minutos antes del final de la función, pero todo depende del día y del humor de los actores, después de la tercer representación del día, se ponen bien quisquillosos.

Como no era permitido fumar en los pasillos del teatro, me metía en el camerino de algún actor, y ahí, mientras pretendía, poseer mi trasero el sello de un apellido reconocido en el mundo del teatro, y pretenciosamente me digería el cigarrillo, sentado en silencio. Encendía los focos que acostumbraban iluminar todo el perímetro del espejo, frente al cual se maquillaban los actores antes de la función. Apagué la luz de la habitación y dejé solo la del espejo, y el humo que salía del cigarrillo contrastaba reflejado en el espejo y por la luz parecía una estela esmerilada y delicada, aunque la luz era escasa porque algunos de los bombillos del espejo se habían quemado,. Y así el humo parecía arrebatar sombras de una inestable penumbra sobre mi rostro y mis labios. Por momentos me parecía algo tétrico verme en ese espejo, pero no creía que esto fuera tan real. Esa imagen me parecía sólo una ilusión temporal. Igual a las que corrían en las noches por mis sueños.
Y no pasaron más de cinco minutos en lo que fumé el cigarrillo, sin entender el asunto ví como un actor entraba en el camerino.
-¿Qué haces aquí? –Pregunta, tenía el aspecto demacrado como los muertos antes de embalsamarse-.
- Nada –Fue lo que respondí. Mientras machucaba la colilla del cigarrillo que había dejado caer un segundo antes de que el actor entrara. Restregaba con la suela del zapato el sitio donde había caído la colilla, el actor, se quedó mirándome con un semblante peor que el de un sargento enojado y me recriminó “tú no tienes derecho de estar aquí, que yo sepa tú no eres parte del reparto, así que te largas en este momento, antes de que me queje y les diga que me estabas robando”.
-Yo… ¿robándole? –Le dije con más asombro, del que me había causado su aspecto cuando me iba a sorprender fumando-.
-Claro que sí, ¿qué te crees? Que voy a permitir que estés aquí, dejándote entrar a donde se te antoje, o te dé la gana. A todos les debes respeto, porque sabes que si le doy la noticia de lo que pasó al dueño, te despiden de inmediato.
No le contesté. Le di un último restregón con la suela del zapato a la colilla, y apagué la luz del espejito-espejito. El actor estaba de pie justo en el umbral de la puerta, por lo que me era casi imposible pasar sin encontrarme de nuevo con su mirada frente a frente [ojos negros que parecían llorar sangre], cuando estuve frente a él, levanté la mirada y vi esa leve sonrisita en sus labios demostrándome su desprecio, y que bien habría merecido un puñetazo.
-Con su permiso… agregué, para no complicar más el asunto. Se hizo a un lado de la puerta y me permitió pasar, no sin antes decirme justo cuando pasaba a su frente, en el oído derecho “te conviene que me hagás caso…”-. Volteé mi rostro había el corredor y seguí caminando indiferente a las palabras que había dicho. Miré mi reloj, eran ya las nueve con cuarenta y cinco minutos, era justo el momento cuando la función llegaba a su fin. El susto que me dio el actor, según supe, fue porque el tercer acto se adelantó unos minutos por cuestiones que según creían algunos de mis amigos, eran por compromisos de los actores con otros espectáculos, aunque en realidad tenía que ver con un anónimo, de esos que llegaron desde el estreno de la obra.

Cuando llegué al vestíbulo, casi ya todas las personas habían salido de la sala y sólo unos cuantos cuchicheaban alguna broma acerca de la obra, cerca de la entrada. No parecían ni muy bien ni muy mal, seguramente la representación estuvo regular. Hace tiempo que no hacen algo decente en el teatro.
-Muy buenas noches caballero. –Me dijo un hombre vestido elegantemente, al pasar frente a mí rumbo a la salida al parqueo-.
-Muy buenas noches, que le vaya bien- -Le respondí, pero al parecer, más que por cortesía, me lo había dicho por costumbre suya; porque noté que a los demás les hablaba de igual manera, y con el mismo don de elegancia, pero no esperaba a que la respuesta del saludo llegara a sus oídos, seguía su camino casi indiferente como si no hubiese saludo a nadie, o quizá…

No sentí mayor preocupación por el asunto de ese señor que saludaba de forma rara, la verdad estaba más extraviado pro el problema con el actor, para quien el respeto que yo podía sentir por las personas, según él no existía. Pero mientras lo sucedido se repetía continuamente en forma instantánea por mi cabeza, mira que acusarme de robarle…, de robarle ¿qué? Porquerías de cosas que tienen. ¿Qué de bueno pueden tener ahí? Nada. Y mientras continuaba mi pensamiento entrelazando la palabra “robar” con las que primero se cruzaban, no me daba cuenta de que ya casi todas las personas se habían marchado, y mientras seguía inconsciente casi besando la pared mientras permanecía en los devaneos de mi cabeza, hechizado; todo un alelado, me dijo un amigo después de verme en ese instante. Todos mis compañeros y amigos realizaron la limpieza de la sala y recogieron cuanta cosa se podía haber caído a las personas que hoy asistieron a la función. Mis amigos, condescendientes conmigo, no me perturbaron en ese instante, y me llamaron la atención hasta que ellos ya habían terminado con la limpieza. Al darme cuenta de so, no tuve otro remedio que seguir mi camino a nuestra “oficina”. La “oficina” en realidad era el cuarto del fondo del pasillo donde mientras era una bodega de utilería y otras cosas, también servía para que nosotros, es decir, mis amigos y yo, nos sirviera de vestidor. Y casualmente nuestra oficina estaba a cinco metros del camerino que usaba el actorcito. Lo malo de esta noche apenas comenzaba porque justamente cuando me quitaba el uniforme, para ponerme mi ropa de diario, uno de mis amigos me reclamó la razón por la que no había hecho la limpieza de la sala junto a ellos. Y cabal cuando tenía los pantalones a medio camino, instantes después de que mi amigo había terminado su reclamo, entró sin avisar el actorcito, y al notar a mi amigo con el calzoncillo al viento, disimuló muy bien como en el momento de hallarme casi in fraganti en su camerino. Mi amigo no sabía cómo salir del bochorno en el que se sentía encerrado, sin alcanzar a subirse el pantalón porque sufría un temporal congelamiento de los mecanismos de defensa ante el ridículo, porque era algo muy singular ver a un actor entrando en nuestra oficina, que sinceramente carecía de mucho espacio.
-¿Qué desea? –Le pregunté al actor, apresurando la vergüenza que se iba acumulando sobre los pómulos de la cara de mi amigo. El actor tardó un poco en reconocerme lejos del alcance del pálido bombillo que nos iluminaba todas las noches.
-Ah, ahí está, podría hablar con usted, afuera en el pasillo… -Dijo el actor sin detenerse a esperar a que le respondiera, y concluyendo así el lapsus de congelamiento que sufría mi amigo.
Pero antes de salir, me cambié muy lentamente de ropa, obligando al actor a esperar lo suficiente como para desesperarlo. Y antes de que yo saliera, salió mi amigo, no sin avisarme de que en la próxima función yo me encargaría de hacer la limpieza sin la ayuda de ellos. Nada asombrado de la orden porque era una orden y no una oferta, la acepté casi indulgente. Y seguramente mientras yo estuviera limpiando la sala, ellos estarían aquí en la oficina tomándose unas cervezas.
Mis dos amigos frente al actorcito, dando las respetuosas buenas noches y no sin antes esperar la respuesta, porque ellos son de los que creen todavía de que lo que das, debes recibir. Cuando el actor respondió su saludo y despedida al mismo tiempo, siguieran cada uno su camino al descanso. Al salir de la oficina cerré con llave, y la guardé en mi bolsillo, mientras el actor me observaba impávido de la espera.
-Mire, solo quiero decir que no era mi intención ofenderle, pero sólo puedo reconocer que usted no estaba robando nada, es que en la presentación un conocido mío armó un escándalo que me puso los nervios de punta. Y ya ve, cancelamos la función, no se devolvieron los boletos porque casi estábamos al final, y no sé al verlo a usted en el camerino. Ya lo vio usted. –Dijo secamente. Sin perder la expresión de seriedad de su rostro, casi forzando la mirada hasta un punto de furia estable-. Pero quiero aclararle, que tampoco es de lo más correcto que usted entre en los camerinos. Porque pueden pasar muchas cosas y usted menos que nadie debe estar en algún entredicho en estos momentos. Así que muy buenas noches y con su permiso.-El actor caminó rápidamente hasta su camerino para terminar de quitarse el maquillaje-.
Ni siquiera me dio tiempo para responderle nada más que “buenas noches”.
No me preocupó averiguar si me había escuchado responderle, y seguí por el pasillo hacia la salida del teatro, me despedí de quienes esperaban en el vestíbulo, algunos de ellos, actores, tomando nota de lo que había sucedido y aclarando sus molestias, además del ayudante de la tienda y el boletero, y por último, como centro d ela reunión informal, el director de la obra, también actor morien. Cuando me dio que iba de salida, me detuvo con una señal de su mano para que regresara a donde tenían su reunión. Me acerqué a donde él se encontraba y sólo lo había hecho para aclararme que me necesitaba temprano el día de mañana. Porque quería que le ayudara a corregir ciertas cosas en el decorado del escenario, que casi estaban por caerse. Afirmé a su solicitud con rapidez, “estaré temprano, no se preocupe…”, incluso una hora y media antes de la hora acordada, y me despedí.
Al cruzar la puerta del teatro, hacia la calle, escuché el silbido débil que me anunciaba el clima frío y borrascoso de la noche. En ese preciso instante sentí dentro una duda, una duda incomprensible, sin causa verdadera, sin relación alguna con algo que fuera realmente importante para mí, ¿porqué aquel actor está en este teatro? No me parecía alguien nuevo. ¿No es muy conocido? Su nombre, ni siquiera había sido mencionado por el director como alguien de verse bien, además, ¿cuál era el nombre de ese actor? Pensé regresar con el director a preguntarle, seguramente todavía no había ido, y aún me encontraba parado en la calle frente a la puerta del teatro. Pero preferí evitar complicaciones, no fuera que el director le mencionase mis dudas al actor, y éste ofendido por mi supuesta ignorancia de su trayectoria y fama en el medio, le contase lo sucedido en el camerino. Era mejor no volver a ese camerino cuando sintiera ganas de fumar, la oficina será lo mejor para seguir mis inevitables costumbres.
Inicié a dar los pasos que lentamente dejaban de un lado esa rotonda donde la historia se había consagrado como un monumento, y metros más adelante, aquella iglesia tricentenaria donde la magnitud de Dios es toda una realizad arquitectónica. Esta iglesia pro las noches me parecía un castillo en miniatura donde vivía una princesa virgen, casi inimaginable, que vagaba por la pequeña capilla de oración donde todos sus pensamientos se transformaban en imágenes de una luz transparente, que acariciaban lentamente todas las formas de la madera tallada, el retablo y los santos casi desconocidos de esa eternidad. Imágenes que en la oscuridad de la capilla subían hasta el cielo, descansaban en la cúpula principal y después descendían sobre el cristo crucificado que permanecía protegido por el fuego, la luz aceite de los enormes cirios. Todas las noches que pasaba frente a la iglesia, siempre me detenía por unos segundos para admirarla, y siempre me provocó la misma impresión, la ocridad de ese color tulipán en su fachada, me hacía sentir bien, por las noches ver esa iglesia era algo maravilloso, único. Pero cuando Franco, el nuevo actor, pasó a mi lado son su auto, sonando la bocina, me desconcentró y me dieron ganas de maldecirlo. No sólo la función se había arruinado por que precisamente un su amigo armó un escándalo durante el tercer acto, sino que después me llega con la queja de que Arnaldo se anda metiendo en su camerino, ni que fuera eso cosa del otro mundo, como si no supiera que el otro tiene que limpiarle todas sus suciedades a diario. Como no podía dejar pasar de largo esta situación, le ofrecí que hablaría con Arnaldo sobre el asunto, pero no lo haré, porque aquel tiene mucho tiempo trabajando con nosotros, y este Franco apenas va a cumplir un mes de acompañarnos en escena. Aún no conoce como funcionan las cosas. Arnaldo no es mal tipo, es bastante inteligente, por eso me ayuda con el decorado, porque es creativo, y lo que me resulta más grandioso de este asunto es de que Arnaldo ni papas de estudios sobre lo que es este rollo del teatro, todo se lo aprende de ver cómo se hace, y no sólo lo hace bien, sino que lo mejora, lo que es peor para los demás porque los hace, corrijo, nos hace quedar en ridículo. Pero es bueno eso de vez en cuando, para que no se le suban los humos a nadie. Porque siempre les digo que somos un equipo y que sino actuamos como equipo vamos a arruinar todo el trabajo por nada. Y arruinarlo en teatro es la desgracia asegurada. Pero siempre hay alguno que se sube al animal y ni siquiera se quiere bajar para darle de comer y eso tampoco es así, porque el único que puede hacer eso soy yo, porque soy el director, pero ni siquiera yo lo hago. En fin, estaba tan bien admirando la iglesia que no sé porqué razón comencé a pensar en la rutina del teatro, sería porque no puede uno sacarse el trabajo de la cabeza así como así. Seguramente es por eso, porque el teatro me gusta, pero no soy tan tan capaz de ahogarme por éste. De alguna forma siempre hacía algo que se pudiera vender par ano sufrir demasiadas pérdidas como las que tenían otros directores montando obras de esas que la gente mira sólo una ocasión al año para no sentirse muy agobiadas, por esa extraña catarsis de su conciencia real en el mundo. Arnaldo no entiende muy bien estos asuntos, igual cuando se los intento explicar, el trata de hacerse el que comprende, al final siempre me dice que esos temas y el de los números no fueron hechos para él, lo suyo es la decoración, la dimensión de las formas en el espacio, bueno, no lo decía precisamente con esas palabras, pero se daba a entender, que al final de cuentas era lo más importante. Para mí lo mejor de cada día era este momento, cuando nadie interrumpía la contemplación nocturna de aquel espacio de centenaria soledad.

UTRILLO

LA NUEVA HELIÒPOLIS

LA NUEVA HELIÓPOLIS
(1999-2002)


Esos hombres sin esperanza ni futuro, ni visitas recibían;
sus mujeres eran las primeras en abandonarlos.
Ellas y sus hijos necesitaban comida y protección
y eso significaba conseguir otro hombre
.”
Adultos 3
Leonor Paz y Paz


Desde que compramos la casa nunca habíamos enfrentado ningún tipo de problema con ésta. A mi esposa siempre le pareció una lindura, Shue no dejaba de repetírmelo con dulzura mientras conversábamos en la cama. Nuestra casa se ubicaba en la primer curva de ingreso a la colonia residencial, si alguno de nuestros amigos decía que no la conocía sólo necesitábamos indicarle que se encontraba frente al poste de la luz, para que la reconocieran inmediatamente al entrar a la colonia. Cuando compramos la casa tenía un espacio de jardín al lado de donde podíamos estacionar el auto, pero con el tiempo fuimos ampliando la construcción del frente de la casa hasta que el jardín pasó a ser una plancha de concreto donde estacionábamos el auto y el espacio de parqueo anterior, se transformó en una habitación donde instalamos la sala, Shue prefiere llamarla living.

-Khefren, ¿no has pensado que necesitamos un poco más de espacio? –Dijo Shue, mientras miraba de reojo cómo su esposo estacionaba el auto-.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Khefren, perdido en los compromisos del trabajo pendiente para mañana-.
-Ulises necesita más espacio, no ves que ya no cabe en su dormitorio.
-¿En serio? No sé tal vez, si lo necesite. ¿Pero ya te imaginaste todo el trabajo que tendríamos para mudarnos a otro lugar? –Le respondió a Shue mientras los dos bajaban del auto. Ella lo miró con cierta incertidumbre, intentando recibir más detalles del asunto-.
-Pero no creés que lo tendremos que hacer tarde o temprano. El ya no es un niño, y nosotros tampoco estamos muy cómodos aquí de todas formas –Shue entró a la sal, dándole al espalda por unos segundos mientras encendía la luz de la habitación, para voltear después a verle después de revisar el correo que habían recibido-. Ahora ya no trabaja tan cerca como antes, si no es porque ahorras en los gastos, bien podrías gastarte el dinero sólo en combustible para llegar hasta tu trabajo. Mirá ahora que él ya está más grande lo podemos inscribir en otro lugar, se adaptaría rápidamente, y podríamos encontrar un lugar que quede cerca de tu trabajo y de donde él estudie.

Khefren extendió su mano derecha para recibir como de costumbre, todos los sobres que llegaban por cuestión de pago por servicios, esta ocasión no los examinó como lo hacía siempre, sino que los guardó dentro del saco y buscó en la cocina dos tazas para tenerlas listas con el café en polvo mientras el agua comenzaba a calentarse sobre la hornilla de la estufa, y después regresó al living, donde Khefren, sentado en el sofá, revisaba las noticias del periódico.
Shue no tenía muchas ganas de sentarse al lado de Khefren para acompañarlo a ojear el periódico, inexplicablemente prefería permanecer de pie mientras aguardaba a que el agua estuviera lista para servir el café.
- ¿Qué te sucede? –Preguntó Khefren, al mirarla de pie, en el umbral de la puerta que conducía a la cocina-. ¿Hablás en serio acerca de la mudanza?
- Así es –dijo Shue, en un movimiento de labios que pareció no pertenecerle, doblándose las manos y escondiéndoselas en la espalda-. Necesitamos otro lugar. No sólo por tu trabajo, tampoco sólo por Ulises, también por nosotros.
Khefren cerró el periódico y lo colocó en la mesa de noche que tenía a su lado. Guardó silencio mientras fijaba los ojos en su esposa, veía en ella aún esa claridad de antes, transparencia de fuego que la hacía inolvidable. Shue no retiraba tampoco su mirada, tenía en su sangre una profunda necesidad porque el lenguaje no fuera necesario para explicarle lo que sentía en realidad sobre este asunto, y de pronto escuchó la reverberación del agua evaporándose en el calor de la estufa, y regresó hacia la cocina para llenar las tazas donde el café instantáneo se disolvía velozmente en los círculos que formaba la inercia del agua cayendo dentro. Entonces en esa fugaz soledad de la sala Khefren entendió lo que trata decirle Shue, se puso de pie y alcanzó a Shue en el umbral de la puerta de la cocina, cuando le llevaba su café. En el momento que Khefren tomaba la taza caliente en sus manos, Shue no desvanecía de su mirada esa expresión urgente por un poco de telepatía de pareja. Ninguno de los dos se movió de ahí, en silencio sorbieron un poco del café para estimar la temperatura de la bebida, sin dejar de mirarse. Khefren sonrío por inercia, y a ella le pareció algo sin explicación, porque sintió revivir su ansiedad original cuando lo conoció. Comprendía con gran facilidad la intención de las preguntas que Khefren le había devuelto a su inquietud por mudarse, ella sabía que se refería a todos los trámites que deberían realizar para que todo eso que ella le pedía, en estos momentos él no podría hacerse cargo por la absorbente responsabilidad que tenía en el trabajo. Si ella deseaba realmente aquella mudanza, tendría que hacerse cargo del asunto casi en completa soledad, mientras su esposo se ocupaba de que no existieran otros inconvenientes como los económicos.

-Sabés que si se trata de hacerlo, lo podemos hacer, pero… -mientras la miraba, Khefren también buscaba esa complicidad intuitiva para explicarse con simpleza-, vos tendrías que hacerte cargo de todo el trámite. Tendrás que buscar a dónde nos mudaríamos, pero que no sea nada algo que no podamos costear, vos sabés a qué me refiero. Además, no alquilaríamos esta casa, si nos mudamos, vos entendés muy bien que tendríamos que venderla, porque a ninguno de los dos nos gusta eso de andar cobrándole a la gente por asuntos de alquiler, eso es algo que no haríamos como se debe.
Shue aguardaba sin despegar la mirada, en el silencio de sus labios nacía una afirmación que Khefren recibiría sin dejar de explicarle el procedimiento por el que pasarían para que esto sucediera. El café se había terminado en las tazas, hasta quedar en el fondo de éstas, un lívido color ocre líquido que se volvía más intenso en las orillas de la porcelana. Shue tomó la taza de Khefren y la dejó junto con la suya en el lavatrastos, mientras Khefren regresaba a la sala para abrir de nuevo el periódico, sin agregar más comentarios sobre el tema.
-Yo podría hacerme cargo sin ningún problema –dijo Shue al regresar a la sala, sentándose al lado de Khefren-. Sólo que me llevaría a Ulises para que me acompañara, así también él podría ayudarme a escoger el mejor lugar.
Khefren escuchaba lo que decía su esposa mientras seguía leyendo los titulares de las noticias, no la miraba ni siquiera de reojo para confirmarle con ese movimiento que estaba poniendo atención a lo que hablaba. Shue seguía aclarando ciertas cosas para que él no elaborara alguna intriga por desconocimiento de éstas.
-Necesitaría un poco más de dinero para sacar unos anuncios en los clasificados de inmuebles. Así sería más fácil vender el asa. ¿Qué pensás, me darías el dinero para todo eso?
-claro, ya te dije que vos estás encargadaza de esto. Yo sé que no malgastas nada de lo que tenemos. Sólo averiguá cuánto cuestan esos anuncios y me avisas para que te dé lo que necesitás para pagarlos.
Shue lo miró con tranquilidad sin que él despegara los ojos del tabloide para darse cuenta que aquellas pupilas de cristal micerino le entregaban algo más que un simple gesto de respeto. El sonido del timbre de la puerta deshizo la inmovilidad de Khefren, volteó los ojos hacia su esposa, y ella respondió a ellos poniéndose de pie, reconociendo en aquel sonido la llegada de Ulises de su visita a la casa de su amigo. Abrió la puerta que da hacía la calle y Ulises entró como una ráfaga para lanzarse a los brazos de su papá, sin recordarse de dar las buenas noches. Shue cerró la puerta sin darse cuenta de lo que Ulises había dejado de hacer, preocupada por planear y hacer los espacios que necesitaría para lograr la venta de la casa en el menor tiempo posible.

Parte de los territorios de Holanda fueron tomados de los dominios del mar por la planificación e inteligencia del hombre, con la evidente ayuda de la tecnología. Cuando el mar se dio cuenta de que perdía terreno, comenzó a buscar otros lugares para compensar sus pérdidas, así podía volver a su antiguo equilibrio que le era necesario, inherente. Así también demostró la humanidad el grado de evolución que había alcanzado con gran rapidez. Antes de que el fuego fuera fuego era sol. Y el mar fue tierra y el océano un enorme corazón. La humedad era el rostro de la tierra, y a pesar de que el incontable líquido se establecía en las superficies superiores del horizonte, ahora ya no alcanzaba a tocar el valle donde el sol se detenía en una paulatina metamorfosis de color y aroma. Tal vez ya había sucedido esto antes, tal vez no, la certeza no podría ser afirmada por una memoria fundada en la referencia relativa de la propia experiencia que se heredaba continuamente sobre los sentidos de la realidad. En el origen de todas las materias, la vida misma no poseía un sexo definido para autoreproducirse, ni siquiera podría reconocerse a sí misma, ni a todo lo que la rodeaba, su estado de ausencia y presencia era una etapa vital para darse a sí misma el empujón necesario de l existencia. Quizá después se vio rodeada de formas que recién descubría dentro de sí misma, y así cobró evidencia de la realidad, y se diluyo difundiéndose en los demás elementos que la circulaban para multiplicarse formidablemente hasta alcanzar un nivel de crecimiento que poseía sentido y razón. Pero había pasado mucho tiempo desde que inició todo, y lo que había sido al inicio ya no le era comprensible y menos aún, le parecía algo respetable o digno para que volviera a él. Entonces conoció el primer momento emocional de todos, el amor por seguir evolucionando interminablemente hasta que éste mismo estado que experimentaba se transformara en algo que sencillamente había sido pasajero.

-Por cierto Ulises, ahora que te miro, ¿qué te parecería si te dijera que nos vamos a mudar?
-Que no quiero.
-¿Ah sí? ¿Y porqué será?
-Porque no quiero. No quiero mudarme.
-Pero podrías tener más espacio para tus juguetes, para pelotear.
-No gracias, mis juguetes están bien así. Y para pelotear puedo ir al campo de atrás.
-Pero si ese campo parece desierto, ya ni tiene grama.
-No importa papá, nosotros ni nos preocupamos pro eso cuando nos ponemos a jugar.
-¿Ah no?
-No.
-Mira qué novedad… pero a donde nos iríamos el campo si tendrá grama, ahí si podrías jugar de portero sin que te raspes tanto las rodillas.
-Bah… en el campo de atrás me tiro igual, un portero es un portero papá, aunque sea el campo que sea… un portero es un portero.

Cuando Khefren se levantó a la mañana siguiente para prepararse para ir al trabajo, notó que Shue se quedó dormida en la cama más tiempo del acostumbrado. No quiso despertarla, era mejor que durmiera un poco más, todos los días que madrugar al igual que él. Se preparó un taquillo de cualquier cosa sólo para llevar algo en el estómago antes de salir de la casa. Por lo regular Khefren se levantaba antes de las cinco para tener suficiente tiempo para no toparse con ningún embotellamiento en el centro de las vías principales, el sabía muy bien que si salía de su casa después de las seis el retraso por la enorme cantidad de tráfico estaba prácticamente asegurado. Durante momentos como éstos Khefren podría admirar esa leve oscuridad que iba velándose sobre el cielo que podía ver por la ventana de la cocina. En lo personal a él no le parecía que realmente necesitaran de esa mudanza de la que tanto hablaba Shue, su mujer. Si ni siquiera tendremos otro hijo, se dijo, sólo así si creería que mudarnos sería algo indispensable. Pero ella está operada, yo también, y Ulises no es tan grande como ella dice. Cuando Khefren sintió que ya tenía algo en el estómago, vio que el reloj ya marcaba las cinco, fue al baño y se baño con la rapidez de costumbre, no podía estarse preocupando por pensar en la mudanza en estos momentos, sus actividades eran todas ajustadas al reloj para salir con tiempo suficiente para llegar hasta su trabajo que se encontraba en la otra esquina de la ciudad, que ahora representaba recorrer casi quince kilómetros de calle y semáforos. Cuando ya estaba completamente vestido, salió al estacionamiento, intentó abrir la ventanita de la puerta para vera la calle, pero cuando la giró hacia adentro sólo alcanzó a ver que estaba completamente obstruida la vida pro una pared. Sorprendido abrió la puerta del estacionamiento, y descubrió que aquella pared se extendía por todo el frente de su casa, haciéndole totalmente imposible salir a la calle, ¿cuál calle? Ahora ya no existía la calle. Inmediatamente regresó por la sala, pasó por la cocina y por el patio trasero de la casa se subió al techo para ver mejor que sucedía frente a su casa. Y desde que llegó a estar sobre el techo comenzó a mirar que desde aquella pared que había visto inicialmente se extendía un techo parecido al de su casa, avanzó hasta el final de su techo, en el frente de su propia casa, y donde se suponía que debería estar la calle de ingreso a la colonia, y por las distintas bifurcaciones que ésta tenía desde esta curva, ahora eran casas igualitas a la de Khefren. Es decir que la calle no existe, que casa frente a casa, nadie podía salir por ningún lado, porque todas las paredes tapaban las puertas casi en forma interminable, y el único lugar por el que podían moverse era por el techo. ¿Cómo pudieron construir esas casas sobre al misma calle en una sola noche? ¿Nadie puede hacer tal cosa? Tendría que escucharse la maquinaria trabajando en las construcciones. Khefren se preguntó de forma casi inconciente todo lo que se podría imaginar acerca del origen de las construcciones. Algunas de las cosas que se preguntó resultaron ser ilógicas… pero estas casas construidas justamente sobre la calle de acceso a las demás, también lo eran. ¿A qué idiota se le ocurre hacer esto? No sabía si lanzar golpes sobre el techo que tenía enfrente y no sabía ni a quién pertenecía, o bajar a contarle a su esposa de esa idea de la mudanza ahora resultaba prácticamente imposible. Entonces decidió caminar sobre los techos hasta encontrar dónde podía quedar el resto de la calle, así siguió caminando por mucho tiempo, por mucho tiempo sin lograrlo.

martes, 3 de mayo de 2011

IDIGORAS Y "LOS TRES CHIFLADOS" (Fragmento de libro "Testimonio Plàstico")




IDÍGORAS Y “LOS TRES CHIFLADOS”
(Fragmento del libro "Testimonio Plàstico Jose Estanislao Lòpez Maldonado (1930-2008)" )


IDÍGORAS
Un mes después de que el artista lograra resolver el conflicto por el uso de su autorretrato en la novela “El Desertor”, el 18 de octubre de 1961 es detenido junto a 18 personas más, detenidos por la Guardia Judicial, acusados por “rebeldía”. Un mes después de ser detenidos, los abogados defensores lograron su libertad, debido a que la Guardia Judicial los arrestó y no especificó el delito en su informe así como tampoco fue firmado el mismo por el Director de dicha institución. Bajo la acusación de “reunión para conspiración”, la que fue totalmente falsa, fue desestimada, y lógicamente esta supuesta conspiración sería contra el régimen de Idígoras. Era “pan de cada día” esta lamentable realidad, donde el régimen instrumentalizaba su sistema represor con su brazo ejecutor estatal (Guardia Judicial, DIE, SIG), la que secuestraba, torturaba y extorsionaba a muchos perseguidos políticos. Casos donde incluso, frente a la misma policía, en procesos Jurídicos de Exhibición Personal, las víctimas fueron secuestradas bajo el amparo de la impunidad de esos regímenes militares. Era común en estos años que fueran allanadas las casas de periodistas (medios impresos y radiodifusoras), así como de otros representantes de organizaciones civiles, políticas y sociales. Casos como el del escritor Rubén Barreda-Ávila, quien estuvo exiliado (en su obra el escritor reflexiona acerca de que su situación, como la de muchos otros fue la de un acto de “Destierro” por las autoridades militares), luego de sufrir varias detenciones ilegales. El artista López Maldonado compartió algunas experiencias con el escritor Barreda-Ávila en el año 1964, cuando publicó su libro “CLAMOR DEL DESTERRADO”.

Era de conocimiento público, que los guatemaltecos que lograban ser liberados, pasaban por siniestros encierros, lugares con nombres como “La Tigrera”, “La Cafetera”. (Impacto, 1961)

“LOS TRES CHIFLADOS”

Personajes siniestros se constituirían bajo el amparo de la impunidad represiva de Idígoras, apodos como el de Huevo Loco (Jorge Córdova, Jefe Policia Judicial –secreta-), Nicket Flores (Ex convicto, Jefe Policía Secreta), y Siete Litros/Ayote Montaña (Randulfo/Ranulfo González Ovalle, Jefe Departamento de Investigaciones Especiales –DIE-) . A estos agentes represores se les señalaría de ser los autores directos de las bombas que se colocaban en la ciudad, y que el régimen de Idigoras acusaría a las organizaciones sociales del país de ser las responsables.
Guillermo Contreras Cisneros, lo explica con acertada claridad el actuar de estos personajes:
Aquella anarquía era incontenible, los cuerpos de seguridad en manos de esbirros, aprovecharon para el repugnante chantaje. Con todo descaro Huevo Loco, Nicket Flores y González Ovalle pedían altas sumas de dinero a cambio de: “no ser involucrados en la conjura comunista”.



Publicidad impresa en Diario “IMPACTO” donde se muestra parte de la instrumentalización de los medios de difusión masiva (el cine) para reforzar el “Anticomunismo” en la población guatemalteca, como un recurso de inducción del miedo, así como el implícito de que cualquier persona que se vincule a estos movimientos sociales de “izquierda” serían igualmente perseguidos.
No era suficiente, había que hacer algo mejor, algo realmente que distrajera la atención de la problemática nacional y que diera la apariencia de que el Régimen de Castro tomaba venganza, así que colocaron la otra; la acción más terriblemente ingrata, cruel a inhumana una bomba incendiaria en el Manicomio, donde fallecieron más de 300 infelices enfermos mentales. Esa fue la bomba que González Ovalle dijo haber tenido dos días antes en sus manos.
Conteras Cisneros, Guillermo.

Un año antes, Idígoras conspiraría con la CIA en el ataque e intento de invasión a Cuba (Playa de Cochinos), de ahí que las bombas que se ponían en la Ciudad de Guatemala, se atribuían a Castristas, lo cual, fue totalmente falso, ya que incluso el mismo Siete Litros (González Ovalle) hacía confesiones ante los medios impresos
“Era tal el descaro que González Ovalle no se ruborizó ante la Prensa al decir: “esa bomba que estalló anoche, la tuve en mis manos”. Prensa Libre”
Contreras Cisneros, Guillermo.

jueves, 14 de abril de 2011

UN CUENTO SIN TITULO (2002)

A Rótulos Sinai
(Rafa, Werner, German, Saúl, El Maestro y Aarón)




¿usted piensa Qué?
Dijo el vendedor de productos al hombre que atendía la estación.
-No sé, a lo mejor... -se quedó pensando cómo se podría argu¬mentar bien una pequeña idea-. A lo mejor la señora se equivo¬có de muerto....
El Vendedor se le quedó viendo extrañado. Examinaba cada pa¬labra que componía esa frase. Veía a lo lejos, esa señora frente a la cruz de madera colocada en el sitio donde había falleci¬do el hombre hace pocas semanas.
-Quién sabe, a lo mejor el muerto es el "equivocado" –el que se ha equivocado-. Es decir, no debió morirse justamente aquí. Ahora quien lo miraba extrañado era el hombre que atendía la estación. Sin preocuparse mucho de lo que había escuchado.
-A lo mejor, usted dirá si me equivoco, los que están equivoca-dos somos nosotros y no ellos. Tal vez él es el muerto que debía morir se allí y ella quien lo debía de lamentar todos los días por la tarde. Y usted, que la ve algo extrañado desde aquí, justo a mi lado; y yo, que lo miro a usted y me burlo por dentro de lo que dice, nunca debía¬mos estar aquí, donde no debería existir más que dos personajes en la tragedia, y éstos son, la mujer que usted sigue viendo sin negar su prejuicio, y el muerto. Hasta donde ellos nos permiten equivocarnos, solamente participamos como intrusos -a lo sumo espectadores- de la tragedia. Viéndola, sin querer y siguiendo como si no nos diésemos cuenta de que nos equivocamos, como se equivoca cualquiera.
El Vendedor de productos no oía lo que el empleado de la estación le estaba diciendo, la constancia con que había visto llegar a esa mujer durante tres semanas seguidas, tan sólo para ver y colocar una velado¬ra frente a la cruz donde había muerto aquel hombre, le extrañaba so¬bremanera.
En las tragedias no hay equivocaciones -dijo el Vendedor de productos-, no nos podemos equivocar, además, nosotros ya estábamos aquí antes de que él viniera, é1 fue quien invadió este lugar con su muerte y esa mujer que viene cada día.
E1 hombre que atendía la estación seguía sin prestarle atención. No había escena más curiosa para el Vendedor de productos. Y el que atendía la estación ya se había marchado de ahí para atender a un automóvil impaciente, con el radiador hirviendo. El Vendedor de productos se fue acercando muy despacio a la mujer, las flamas de los veladores al frente de la cruz, temblaban por el viento del Norte. El cabello de la mujer, que le llegaba a los hombros, se movía levemente. El Vendedor de productos seguía avanzando hacia ella. Inconsciente de tal acto, seguía caminando el vendedor de productos, como si lo forzase el asombro, o la inexplicable presencia de una misericordia.

El día era eternamente tibio, el sol parecía derretirse entre las nubes. El viento rozaba los rostros con alguna fuerza. Empezaban a pa¬sar los autos apresuradamente sobre la autopista. El hombre que atendía la estación, sentado en una isla de concreto, recostaba su espalda en la bomba, cotizador del combustible, admiraba y contaba sin ánimo cada auto que pasaba desesperado. El silencio que iba dejando cada estela metálica en el ambiente que rodeaba a aquél hombre, hacía que se le acumulase en los ojos, algo como una nostalgia, el recuerdo breve de un sueño de la noche anterior. Con las manos dentro de los bolsillos del pantalón, por medio de su tacto contaba cada moneda miserable que se le amontonaba y no le era suficiente ni para un refresco. Se nublaba el valle frente a la estación, siembras inmensas de maíz. Los autos pasaban frenéticos, el hombre que atendía la esta¬ción los seguía contando, no pensaba en nada más, el número sin un significado se iba sumando y caca unidad no representaba ni la muerte del que las sumaba. Empezaban a caer gotas solitarias de una promisoria lluvia. A lo lejos, en el horizonte dorado y crudo, se acerca la tempestad, aumentando la fuerza de la lluvia, un rumor fresco se introducía en los oídos del hombre de la estación. El seguía sentado sobre la pe¬queña grada de concreto, viendo la humedad a unos cuantos pasos de dis¬tancia. Contando ahora las monedas que se encontraban en su bolsillo. Sobre sus brazos, pequeñas, atómicas, esquirlas de agua se impregnaban y aumentaban su sensación de frío. Veía la lluvia caer intensamente, te¬nía deseos de fumar un cigarrillo, pero cuando pensaba en eso, incon¬ciente, admiraba el rótulo colocado en la base de concreto, aquella alta columna de seis metros, en la cual decía "Prohibido Fumar". Advertencia justa, pero innecesaria para él. Los autos pasaban ahora lentamente frente a sus ojos, sin motivación de que se le propusiese algo más agradable, decidió fumar un cigarrillo, se levantó y se dirigió a la ofici¬na, caminaba, cada peso iba negando esa advertencia. Se colocó en el umbral de la entrada de la oficina y un hombre menos claro estaba sobre una silla y tenía recostado los codos sobre el escritorio, con unos anteojos enormes, quien en una boleta, aún sin percatarse de la presencia del otro, seguía anotando cantidades, notas, anécdotas, todo esto sobre la boleta con rayas. Después notó que la oscuridad del am¬biente disminuía la iluminación de la ventana que se hallaba detrás de él, metro y medio más arriba. y que por ella se filtraban algunos resquicios de agua. Si mucho quince centímetros separaban su rostro de la mesa, para sus ojos no había más que la libreta recortada y con rayas, aglomeradas en cientos de cuartillas inservibles.
El hombre que atendía la estación, oprimió el encendido de la luz eléctrica que se encontraba a su derecha. El otro hombre seguía co¬mo si eso no hubiera sucedido. Pasaron al menos quince segundos, de pronto, como si fuese sorprendido reaccionó, levantó la cara y observó con desgracia al hombre que atendía la estación. No sonrió el hombre sentado en el escritorio, callado, tenía un sentimiento de nefasta in-credulidad que rodeaba sus ojos. Volvió a su trabajo. El hombre que atendía la estación, no demostraba la misma reacción, esa misma de siempre, esa lentitud en los reflejos de este hombre le causaba cierta gra¬cia y aborrecimiento. En un bolsillo de la parte trasera de su pantalón buscaba la cajetilla de cigarrillos, intactos desde la mañana anterior. Sacó su caja y la desenvolvió, buscaba algún cerillo, tal vez un huér¬fano inflamable que se le hubiese perdido en la otra camisa, la que colgaba frente al hombre del escritorio, sostenida por la lámpara de piso.
Registraba en las dos bolsas, no había nada; le pasaba por la mente que podría, que podría preguntarle al hombre del escritorio si no ten¬dría por casualidad alguno. Pero no se atrevía, las relaciones con aquel hombre ni siquiera se reducían a una sonrisa y un saludo, los dos eran hipócritas. Además aquel hombre que reaccionaba tan lentamen¬te y tan indiferente, no sería capaz de fumar, ni de beber. Los labios apretaban el cigarrillo, la lluvia seguía alrededor de la estación, el hombre que la atendía, molesto, dejó caer el cigarrillo y frente a é1 como un bicho raro y grotesco lo destripó con la suela del zapato. Cuando terminaba de aniquilar a aquel bicho de tabaco, se introdujo un automóvil. Un modelo de auto muy peculiar, bajo la sombra que brindaba la estación, no se detuvo frente a las islas que proveían combustible, siguió de largo y se estacionó a una orilla, en el lindero donde una cor¬ta brisa rociaba el asfalto. El hombre que atendía la estación pensaba que sólo era alguno con problemas o inconvenientes mecánicos. El piloto se bajó del auto y comenzó a caminar al lado de la carretera y empezó a alejarse de la estación en dirección al Occidente. El hombre que atendía la estación se dirigió al automóvil. Mientras la lluvia comenzaba a claudicar, con los vidrios manchados, algo sucios por los resabios de alguna carretera comunal, y manchado de la brizna de la lluvia; el hom¬bre que atendía la estación observaba, extrañado, el automóvil que aún se encontraba con el motor encendido y las llaves puestas. Y para el hombre que atendía la estación, el recuerdo del hombre del automóvil, ya se había desvanecido. Dentro del automóvil en la parte del sillón trasero se encontraban unas fotografías viejas y manchadas con algo se¬mejante a moho.
Revisando detalle por detalle cara fotografía, trataba de elaborar una mentira que fuera lo suficientemente falsa, los suficiente para no creerla, como sucede con cualquier vida ajena. La primera fotografía que miraba, solamente se hallaba retratado un muelle viejo, el horizonte y un buque; en las otras, habla un niño, jugando a la pelota; jugan¬do a la ronda; durmiendo; y una con su aparente madre, quien lo tenía de lo alto sostenido por las manos. Era una mujer algo rubia y sonriente. Devolvió las fotografías al sillón trasero, buscaba incisivo algún detalle más verídico; menos manipulable, pero sólo había basura, colillas de cigarro, una botella de licor barato ya vacía, y algunas prendas de ves¬tir sin valor alguno. Debajo del retrovisor, colgando de la base de éste, una estrella de cinco picos, de color plateado, que iba girando lentamente mientras é1 la miraba. Nada de lo que allí dentro del automóvil se encontraba, ni le mentía en forma concluyente, ni le debatía con alguna verdad. El grado de escepticismo que sentía en el interior del automó¬vil, le incitaba cierta mala fé, alguna rabiecilla inútil. Salió del auto, se le había olvidado que el auto seguía encendido, ni se preocupó por apagarle. El piloto que se había marchado y por ese entonces ya no existía en la mente del hombre que atendía la estación. Quien lentamente friccio¬naba el cerillo y encendía su cigarrillo, recostado en el automóvil, sin preocuparse de nada. El día, mientras miraba para ningún lado, comenzaba a diluirse en círculos de luces fugaces que se vencían en el límite de los sembradíos, empezaban a correr hordas de aves, formando las sombras de falsas figuras. El cuarto cigarrillo en su boca denunciaba las horas tan miserables de este día, justo desde el momento en que dejó de llover.
Aquel hombre del escritorio que se mantenía con la mirada pegada en las cuartillas y el incesante zigzagueo de la tinta, apagó la luz de la oficina y salió, colocándose un paso después de ella. Y a lo lejos miraba al hombre que atendía la estación, el viento provocaba que el hu¬mo del cigarrillo se estrellase en el rostro, éste no mostraba alguna molestia; el hombre que atendía la estación observaba cómo los maizales se empezaban a teñir de mercurio y luz púrpura, combinadas levemente con un rubor naranja cerca de los últimos alientos rubios del horizonte. Tan callado y tan lejos, se decía el hombre que atendía la estación, cómo podría el evitarlo, cómo podría evitar que fuera de ése manera el cielo. De un momento de contemplación, el cigarrillo le quemó los labios, se le había olvidado que lo tenia aún en le boca, la reacción de soltarlo fue instantánea, entonces volteó hacía la estación de combustibles, tan vieja pero sin memoria alguna, y entre la puerta como un falso apóstol su¬perpuesto, la pálida y esquelética figura del hombre que siempre miraba hacía las cuartillas y el escritorio. De pronto volteó a verlo, recono¬ció el gris oxidado del automóvil, los vidrios sucios y cubiertos con algo de lodo, y la carencia de mentira o de verdad que poseía esa imagen. Para el hombre que atendía la estación la idea de que el piloto se mar¬chara y dejara el motor aún encendido no era suficiente prueba para provocarle una intriga superior a la de las fotos sin sentido, porque ni en el motor, ni en el automóvil, mucho menos en las fotografías, excep¬to una, existía la figura del piloto. Ni una leve agresión de la memoria. La única fotografía que le provocó una gran duda fue la del muelle, fotografía que sin darse é1 cuenta tenia en uno de los bolsillos traseros de su pantalón. Caminó hacia la autopista, donde la intensidad de las estrellas crecía, y sobre el asfalto no se notaba ni la presencia de una hormi¬ga. Por el otro lado de la carretera era mucho más desierto, sólo llega¬ban cantos que los pájaros esgrimían en un soneto a la noche, soneto amorfo, pero conforme a la propia naturaleza.
El hombre que miraba sólo hacia las cuartillas y el escritorio seguía en la puerta de la oficina, mirando lo mismo que el otro, pero tan distinto. Cerró la oficina, y con una insignificante señal que no parecía de despedida pretendió dar a entender que ya se marchaba, po¬cas palabras o ninguna cruzaba por su boca. El hombre que atendía la es¬tación lo miraba, sonrió sin desesperación devolviendo el saludo, acto sin valor por si mismo, ni necesario, pero tan inevitable como todos los actos que se daban ahí dentro, entre las horas que él recorría, siem¬pre callado, fumando cuando se podía, algunos tragos una noche cualquie¬ra, tal vez amanecer en sus ojos transformados en imágenes que parecían nuevas, que le provocaba repetirlas por esto, pero no se recordaba de que cada temporada, en momentos muy cortos, como éste por ejemplo, pensaba con alguna esperanza en sus actos, éstos actos, pensaba en reali¬zarlos de nuevo, y no percibía que sólo eran los mismos que por devoción o automatismo se negaba a recordar. Mientras la estela del hombre de oficina se perdía a lo lejos de la línea ciega de esta carretera, ya la noche postrada, sin quererlo sobre él, le solicitaba que encendiera la luz artificial de la estación Cuatro bombillos carentes de fuerza se despertaban y denunciaban la soledad de la hora continua.

Según recuerdo, me fui a las once de la noche y no había ninguna noticia acerca del piloto del automóvil. Y cómo usted se habrá dado cuenta, y por eso es que lo llamé, hoy en la mañana encontré el automóvil todavía en el sitio donde lo había dejado el hombre. Pero noté que tenía abierto el capó y al acercarme a ver si no habían intentado robar algo del auto descubrí que el piloto se encontraba adentro. Estaba totalmente pálido. Intenté abrir la puerta pero estaba cerrada por dentro. No quise romper el vidrio, no fuera que solamente estuviera durmiendo el hombre y me provocara sin ningún motivo un grave problema. Desde entonces lo he esperado para que usted proceda de forma como usted sabe, digo yo. Por cierto, Oficial, podría saber qué es del hombre, ¿qué tenía?
-Una sobredosis.
-De alcohol.
-No, se intoxicó con drogas.
-Pero si no habían drogas dentro del automóvil.
-El cargaba en alguno de sus bolsillos.
-¿No fue un asesinato entonces?
-No, fue un suicidio. Un estúpido suicidio.
-Estúpido.¿Porqué estúpido, Oficial?
-Porque no entiendo qué diablos tenía que hacer é1 en este distrito, ni en mi jurisdicción, no sólo estoy demasiado ocupado con eso de los linchamientos, ahora un loco y adicto que ni siquiera sé de qué drenaje se escapó. Por eso es estúpido.
-Y a mí, que me reducirá las ventas de combustible.
Usted lo que debe de hacer es una promoción para que se olvi¬den del muerto, es lo mejor.