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miércoles, 11 de mayo de 2011

SESIONES PARA ALCANZAR LA ETERNIDAD

SESIONES PARA ALCANZAR LA ETERNIDAD
(1999-2002)


A Jair, Salvador, y Manuel


Las máquinas de escribir se convertían en estatuas de sal después de que los últimos estudiantes del curso de mecanografía las abandonaban con la satisfacción de que casi estaban por terminar el curso, que en ciertos momentos les pareció casi interminable, cuando la presión de la velocidad versus tiempo se volvía algo de vida o muerte para no pasarse otro año metido en este absorbente salón donde el sonido se hacia ciclos incontables por los sentidos más despiertos después de la acelerada rutina de volverse sobre las cuartillas en blanco, sobre las numerosas tareas pendientes para obtener la nota máxima y necesaria para recibir el diploma que al final del tiempo sería sólo una víctima más de la polilla y su constante evolución en el ecosistema urbano.
En filas de cinco máquinas por cada una, las seis filas se miraban rígidas y frías desde el umbral de la entrada, o desde las ventanas, viendo el salón desde el lado de la calle. Y la maestra, alta y solemne, gorda, miope y soltera, como una torre insalvable al momento de querer la salida de la clase, indiferente viendo sobre su escritorio todas las hojas de práctica que los alumnos dejaban para que las evaluara día a día, rodeada sin darse cuenta de la leve penumbra del salón cuando la tarde se inclinaba sobre el horizonte para tragarse rápidamente toda la claridad que podía existir.

No te vayas a creer que la clase te será fácil sólo porque eres el único estudiante de las calases de la mañana. ¿Está claro? No quiero que después me traigas a tu mamá para que reclame. Bien, comencemos con la clase […]

Todas las mañanas debía asistir a esa clase de mecanografía. Y para mi desgracia era el único estudiante que se había inscrito en la academia a esa hora. Todos los demás jóvenes de mi edad lo hacían por las tardes, pero eso porque ellos estudiaban por la mañana, en cambio mi rutina era al contrario, al revés, yo tenía que ir primero a la meca y luego a estudiar por la noche. No dejé de estar molesto por tener este itinerario inestable. Si no hubiera sido porque en el instituto se les ocurrió poner cantidades límites de estudiantes podría haberme inscrito por la mañana como mis demás ex compañeros de grado. Nunca me gustó la soledad, y menos en estas circunstancias, cuando la maestra de meca si venía enojada podía desquitarse conmigo con una tranquilidad que incluso yo mismo me sorprendía, porque en cierta forma mi indolencia por lo que hacía indirecta o directamente para desahogarse conmigo de todos sus problemas personales sólo había sido el resultado de la poca importancia que tenía esa clase y lo que sucedía dentro de ella.

El primer día que llegué a la academia pensé que encontraría a muchos jóvenes de mi edad con quienes podría pasarla bien después del curso o también dentro de éste. Pero cuando descubrí que yo era el único que se había inscrito por la mañana, me cayó un balde de agua fría sobre el rostro y me dio la impresión de que mis propios amigos, es decir, sus emanaciones casi fantasmales eran los que lanzaban ese helado chorro sobre mi rostro para que se me parara el corazón antes que fuera dominado por el aburrimiento. Otros de mis compañeros que tampoco logró apuntarse en el instituto por la mañana, y ahora también me hacían compañía por la jornada de la tarde, estaban en la academia pero los días sábados, otros tomaron el día domingo, a esos los llamamos “los Miseros de la Santa Tecla” por eso de misa los domingos y tecla de máquina. Quería tomar el último lugar del fondo en la fila media, la número tres, no importaba si se contaba de derecha a izquierda o al revés, siempre era el mismo número medio de una cifra redonda. Cuando entré a la academia, la maestra me dijo que escogiera dónde prefería sentarme, ya iba caminando para el fondo del salón cuando me detiene con un “shhhtt…” y me señala con su mano el lugar que se encontraba hasta delante de la misma fila tres y como si no reconociera yo la orden pretendí no ver esa señal con su mano, después volvió el “shhhtt…” con más agresividad y luego regresé a donde me ordenaba, pero para alegrar el asunto caminé de espaldas regresando sobre mis pasos, como una negación que afirmaba mi deseo y al mismo tiempo buscaba una reacción, fuera cual fuera, de la maestra que me miraba caminar de espaldas y que no le encontró la gracia a lo que hacía. Guardó silencio por unos cuantos segundos hasta que decidió quitarse del lado de la pared que daba a la calle y que ella miraba por las ventanas, para sentarse en su escritorio, con lentitud y metodismo casi anacreóntico. Me miraba fijamente sin pronunciar todavía alguna palabra, y al mismo tiempo con su mano izquierda abría la ancha gaveta superior del escritorio, desde el lugar donde yo la miraba, no alcancé a ver el contenido de esa gaveta, sólo veía parte del brazo y antebrazo moviéndose como la pala hidráulica de un tractor industrial, hasta que mostró sobre la mesa del escritorio un libro de color verde o amarillo… lo que sucedía en realidad es que eran dos libros, uno amarillo y el otro verde, uno era de ejercicios en la clase, el otro de ejercicios en la casa, cada uno con una completa introducción de lo interesantísima que podría resultar esta clase para toda la juventud entusiasta [baahhh…] dije dentro de mí cuando las palabras se agruparon en esa idea que por lo menos para mí no era cierta. Este curso de la meca no me gusta, ya se lo dije a mis padres, a ellos no les interesa tomar en cuenta lo que les digo, pero tampoco por eso me voy a quedar callado como si no pasara nada. Y así desde este primer día de la meca entendía lo complicado que iba a ser obtener ese cartón, que por lo menos si era necesario para pasar al otro grado. La maestra me ordenó que leyera las introducciones, presentaciones, notas del autor y las recomendaciones de los dos libros que me había entregado. Tal vez me lo dijo porque no tenía idea de lo que podríamos trabajar en esta clase, o porque la rutina de todo esto iniciaba con las presentaciones protocolarias de los manuales de trabajo, de alguna forma no podía disimular que los leía porque siendo el único en el salón, con un leve movimiento de las retinas yo era el blanco de la mirada de la maestra, quien no me perdía de vista más de un minuto. Así que me tuve que enterar de los deseos del editor por la juventud, de su aparente pestalozzismo en estado primitivo, y las aclaraciones de producción, estudio, y convicción que el autor confiaba a los lectores para que tuvieran la intimidad suficiente como para recomendar el libro y así venderían los originales y no las copias pirata, como advertía el autor con una amenaza apocalíptica en cuanto a la defensa legal que lo amparaba, por si llegaba a agarrar al desgraciado que le robaba su idea de forma descarada, esta parte fue al único que me gustó, es cierto.

No sé realmente cómo podré soportar estar así de aburrido todos los días del año, porque son casi doscientos días los que estaré en este lugar, y lo único que me salva de la muerte es que puedo descansar los fines de semana, porque si no les juro que soy capaz de matar a la maestra en un ataque de locura, no sé no creo que tenga paciencia para éstas cosas y menos para estar soportando sus revanchas personales sobre mí.

Me dice que el libro de ejercicios en la casa no lo aplicaremos todo, sino sólo algunas partes, las más indispensables para que logre mi aprendizaje con rapidez y exactitud y precisión, y qué demonios pasa que estoy frente a la máquina presiono una tecla y aparece la mancha de una letra que no era la que debe aparecer en realidad, qué pasa, mis dedos tiemblan y se gastan sin acertar a colocar las palabras y sus letras en el orden en que deben estar para que los demás las entiendan, pero no es que lo haga a propósito, lo mío no es la meca, no, lo mío es la tecnología de vanguardia, los sistema de comunicación por medio de la voz, los que ya ni tocas con las manos para que reaccionen a tus órdenes y actúen con una potencia impresionante. La maestra seguramente no sabe mucho de esas cosas, creo que ni las conoce, ahí me gustaría verla, en un laboratorio con equipo de última generación en tecnología digital, ahí si estaría a mi merced. No sé, desde acá tampoco se mira tan abandonada como parece, tal vez si conoce todo eso que me gusta, pero talvez para ella eso no es algo sorprendente.

La primera semana me la pasé aprendiendo la posición de cada dedo en la orientación estratégica de cada una de las teclas que cada dedo debería de pulsar con velocidad y precisión al momento de terminar la clase, pero que en estos momentos se volvía un juego de reacción casi atolondrada donde las equivocaciones iban aumentando a medida que el rodillo avanzaba sobre la línea de manchas letras sobrescritas en otras letras y la repetición del ejercicio en la siguiente línea sólo se convertía en la confirmación de los errores de la anterior. Es desesperante pasarse una hora completa equivocándose, sino se aguanta uno la rabia, bien podría tirar la máquina al suelo, de la frustración. Las hojas estrujadas y echadas a perder se amontonan dentro del cesto de basura, de más de seis hojas, ni una sola se ha terminado en limpio. Y la maestra de meca mira con tranquilidad la desesperación que tengo por lograr que las equivocaciones no interrumpan mi rutina. Así, con ese continuo choque con los errores cualquiera siente que el tiempo nunca pasa y que la clase terminará en realidad hasta que deje de equivocarme por lo menos con una sola hoja. Y cuando termina la hora, casualmente es cuando mejor va saliendo todo y lo que iban bien lo dejas pendiente para el próximo día, por lo menos esto terminó hoy.

Prefería estar internado en uno de esos colegios donde sólo tenés permiso para salir los fines de semana, en lugar de estar metido en ese curso de meca por una hora que cada día se me volvía más difícil de lo que imaginaba. Por lo menos en ese internado estaría con amigos, aunque tuviera que formar esas amistades nuevas eso sería mucho más fácil que ver a la maestra frente de mí, casi inquisidora de todos mis movimientos, de cómo miro hacia la máquina de cómo me equivoco y trato de disimularlo con la mayor discreción posible para que no se levante de su silla y se acerque a mi máquina para reírse disimuladamente de mis fallas.

Todos mis amigos creían que me había vuelto loco al seguir en aquella clase, sabiendo que no me gustaba y que el aburrimiento me mataba. Todos me decían que inventara algo para no seguir llegando a la meca, que acusara a la maestra de prepotente y abusiva conmigo, pero ya mis padres sabían que cualquier cosa que dijera no iba a cambiar la situación, al contrario, me los pondría en contra. Además yo sabía muy bien que mi familia no estaba en condiciones de cambiarme el día de clases, porque representa un gasto impagable en estos momentos, y por eso trataba de soportar la situación lo mejor que podía aunque me resultara en un dolor de cabeza cada día, el que no podía quitármelo de encima hasta que oía el timbre del recreo por la tarde, y salía al patio a jugar con mis amigos.

A mitad del año, todos mis amigos tenían la idea de que la clase en realidad me gustaba, no por la clase en sí, sino por la maestra, porque tenía la oportunidad de aprovecharme de la situación para tener privilegios con ella… ¿Privilegios? ¿De qué tipo? Me preguntaba. Y ellos siempre contestaban “Vamos, vos sabes cuáles… acaso no te das cuenta de que siempre llega con sus falditas. No me vas a decir que nunca le has visto las piernas. No decís que te sienta frente a ella, desde ahí podés verle todo, o me vas a decir que no se lo mirás… Bah… vos porque tenés miedo de levantar la cabeza para verla. Pero nosotros siempre nos damos la grande, más el bizco, que usa tu lugar cuando vamos nosotros.” Realmente no entendían que esas ondas, por lo menos en ese curso ni me llamaban la atención. Si estuvieran aunque sea una semana en esa clase solitarios por la mañana, se darían cuenta de que todo intento es inútil por sacarse de la mente ese silencio, esa sensación de que el tiempo no acaba y el salón te ahoga, como si te tragara una ballena. No es como en el instituto, que por lo menos podés espiar de reojo y es muy difícil que se den cuenta porque como somos muchos, casi siempre hay alguien viendo, buscando algo que nos haga perder la noción de que las clases son algo rutinario. Y así mis amigos nos dejan de creer que si miro pero que no les quiero contar la verdad, y que hasta he logrado tener algo con la maestra, aunque esto es algo que no deseo negar, ni molestarme en explicarles si es falso o no. El ejercicio continuo me ha permitido lograr muchos avances, casi el doble del que han logrado los demás, pero la maestra nunca me lo dijo mientras estuve en su clase, sólo se los decía a sus demás estudiantes, cuando estaba con ellos y se refería a mi como el de la mañana hace mejor las cosas que muchos de ustedes, así que a practicar, sigan escribiendo en la máquina, no quiero escuchar un solo segundo de silencio, el sonido de las teclas tiene que seguir hasta que termine la clase. Así fue como me gané la envidia de muchos, y no digamos el enfado de mis amigos. Hasta el instituto llegó éste rumor y así fui perdiendo la fama de estudiante rebelde hasta que se consideraba el preferido de la meca. Los grupos de estudiantes del instituto se formaban en el recreo y cuando me acercaba para unirme a ellos, rápidamente se separaban para dejarme otra vez solo. Yo me enteré de todo esto hasta que la cerebrito de la clase se acercó a mi escritorio y admirada en cierta forma de mi aparente cambio, pensó que sería un renacimiento mío que ella podría apoyar con agrado, ciertamente pensé que ella se había aliado con los demás para jugarme una broma, pero cuando me dí cuenta que el asunto iba en serio. Porque me miraba con ojos de asombro que no lograba quitarme de encima, y comenzó a seguirme como si solo conmigo pudiera platicar en el instituto, y la verdad era que ella no se mantenía mucho con las demás estudiantes, casi siempre me aburro con ellas, decía. La hice cómplice de mi soledad sólo porque miraba cómo iba perdiendo la compañía de mis amigos, si hubieran sido otras las circunstancias ni loco hablaría con ella, es como ver el agua y el aceite intentando mezclarse.

Los rumores de que mi relación con la maestra de meca eran indudablemente íntimos, fueron creciendo más y más, hasta que llegaron a ponerme “el maquinito” porque ella podía hacer conmigo lo que le diera la gana. Todas las burlas que corrieron por el instituto se hicieron cada vez más ofensivas, pero yo nunca me enojé por éstas, todas me parecían cosquillas a comparación de lo que tenía que pasar todas las mañanas en el curso de meca. Me había hecho inmune a esos ataques que incluso la evidente desinformación de todo lo que pasaba podía servirme para que todos los demás me vieran distinto, me reconocieran al momento que llegaba y se tomaran la molestia de hablar sobre mí y mis aventuras solitarias, y las demás compañeras del instituto lentamente comenzaron a mirarme como el único que ya había conocido el mundo adulto, lo cual despertaba en ellas esa nueva curiosidad sobre la vida, muchas de las que estudiaban por la mañana, buscaban la manera de escaparse del día de clases, inventando cualquier excusa, para husmear por la academia tratando de averiguar si eran ciertas todas las cosas que se aseguraban de mí. Y siempre que los miraba pasar por el frente de la academia me daban una gran envidia.

La verdad es que no sé cómo terminé el curso de meca sin volverme loco del tedio. Y el libro que me había dado la maestra al inicio de la clase ya lo había terminado casi un mes antes que los demás, y fue entonces cuando sentí que esto no terminaría nunca, porque durante los siguientes días me la pasé repitiendo los últimos ejercicios del libro lo que me ponía con humor de perros. ¿Por qué no me dejó descansar hasta que llegara el último día, y sólo me daba el cartón? No, tenía que llegar aunque sea a calentar el lugar. Ni siquiera les dije a mis amigos de que había terminado el curso antes que ellos, terminaría con la poca confianza que aún me tenían. Con el revuelo que alcanzó mi experiencia matutina en el curso de meca, al siguiente año muchos estudiantes rogaron a sus padres que los trasladaran a la tarde y los inscribieran en curso de meca por la mañana, pensando que serían los únicos en asistir a esas horas, pero fueron muchos los que pensaron igual, que el terminó cerrando las inscripciones de la mañana porque ya habían llegado al límite de capacidad. Y la mayoría de los estudiantes que se apuntaron para la mañana en la meca se sintieron totalmente frustrados pro ver que habían sido engañados por mí, y sólo así entendieron que todos los rumores eran simples mentiras que había inventado para burlarme de ellos, aunque yo sabía que todo eso era falso. Yo no había inventado nada, ni había querido burlarme de ellos, aunque no niego que ahora disfrutaba de la noticia porque por fin ahora estaban metidos en los mismos zapatos que yo había tenido que ponerme y tuve que soportar en completa soledad. Algo que ellos no llegarían a conocer completamente.

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